todoy nada
9.4.05


El país y los estayidos VIII: vámono Gorda + farsas de diversa índole (Abril de 2002)

No todas las Ferias fueron ni serán iguales. Hubo algunas en particular que fueron marcadas por distintos momentos del país. Daniel Collico Savio recuerda la versión post crisis de 2001.

Miro mi billetera y tengo un verde, pero de cinco pesos. Es domingo y la crisis que se precie de tal merece continuar en otoño. Vuelvo en la bici del club mientras pienso eso, caen hojas amarillas en la avenida Sarmiento -sabrá Sarmiento, querrá renunciar también, será que no lo dejan- y fluyen cientos de autos quién sabe adónde; qué es esto, ¿de veras hay Feria del Libro?
Freno ante la columna. Como cada año, la gente acude en tropel y se siente perfectamente culta en la Feria, como quien pretende excomulgarse de un año de televisión. Tal vez -meditan las masas en sus vehículos-, todo se trata de frotarse con una emulsión para curarse una dermatitis. Sigo la analogía, la Feria del Libro es un dermaglós que cura un eczema cerebral, una crema eficaz para superficies del hipotálamo -pero dámela con receta, tengo un 60%, dame una entrada gratis, pero ah los libros son tan caros, mirá JarriPoter, entonces para qué, ni patis había en la Feria, vámono gorda, vámono al Rosedal que está fenomeno-. Esquivo la columna yendo a contramano: es la manera más civilizada que tengo de andar en bici por Sarmiento. Sólo debo esquivar otro tipo de bestias, los caballos en sus mateos (sabrá Mateo, recaudador de impuestos, habrías abjurado de proponer su nombre para esos carros de escaso folklorismo). La bosta equina se yergue adusta en montículos precisos; de algún modo esto me autoriza a tomar en contramano la calzada circular y bajar por Santa Fe. Me admiro de la nueva arquitectura bancaria, con su estética de persianas bajas que hacen más inútiles los Banelco, presas del metal. Llamen al arquitecto pero para qué, si debe estar en la Feria del Libro.
Sigo hasta el microcentro un rato después, ya habiendo dejado la bici y agarrado el auto. El tránsito hasta Nueve de Julio es fluido, y el microcentro está lleno de peregrinos bancarios. Siete cajeros inútiles en el Boston Central al unísono desafían todas las leyes probabilísticas, aduciendo un único cartel "cajeros con problemas". Me digo que debería buscarme un cartel semejante para mi persona, y le digo algo al vigilante, algo que pretende ser una ironía, pero ya no estamos ni para registrar variaciones. El tipo esperaba una puteada y se alza de hombros. En las paredes del microcentro desierto sobreviven dos propagandas que me apresuro a anotar: "Bansud: viva el presente con nosotros" y "Citibank: donde el dinero toma vida". Sumo ambas frases miembro a miembro y me da "Libres pero en bolas". Me gusta más, en recuerdo de un estilo orgulloso, perdedor y radical.
Me estoy por quedar sin nafta y soy un elegido pues a) Hay nafta, b) Aceptan tarjetas. Miro con fruición la tarjeta de débito de mi vieja y quisiera transformarme en Savio María para poder usarla, o al menos parecer una vieja de setenta por algunos minutos. Vacilo ante explicaciones varias: "gentilhombre, maese cajero, en realidad me llamo Carlos María Savio, pero claro, esta gente de las tarjetas, usted sabe". Al ritmo de la crisis tal vez logre parecerme a una vieja, y no haga falta más.
Sigo con cinco pesos.
Dos días después, camino por el microcentro con Sylvie y Daniel. Nos abalanzamos sobre un cajero despoblado de gente y de letreros adversos. Al momento, se forma una cola atrás nuestro. "¿Y, da pesos o no da pesos?" Nos preguntan. Nosotros les hacemos hombritos, inmunes o temerosos a cualquier contacto con seres del Planeta Microcentro. Un instante después, se descifra la trama celeste. Mi saldo es de 4.20$, y todo mi esfuerzo del fin de semana por conseguir algún cajero útil no es más que una farsa, igual que lo que ocurre en el país, igual que la Feria del Libro, pero con un viso (Visa) mayor de realidad. Mientras tanto mi gerente se enoja, Remes Lenicov renuncia y yo quiero mi capita de Harry Potter para desaparecer.





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