todoy nada |
2.5.05
Tarde de galpónDaniel Link también estuvo en la Feria. Se escandalizó, casi encontró la paz, fue aplaudido y se fue con pocas ganas de volver. El sábado 30 de abril estuve en la Feria del Libro. El día anterior, razones de fuerza mayor me habían obligado a cancelar un compromiso, pero el sábado me forcé a cumplir lo prometido: fui a coordinar una mesa sobre literatura brasileña contemporánea. Ya que no me quedaba más remedio, fui temprano, para chusmear un poco. Había mucha gente. "Qué raro", pensé, "el día está precioso. Qué raro que la gente venga a encerrarse en un galpón". Como siempre, me fui a ver los libros extranjeros, a ver si encontraba algo habitualmente difícil de conseguir en Buenos Aires. Vi que este año los alemanes y los franceses se juntaron con los polacos y los griegos en un stand "pan-europeo" que sólo agrega confusión al asunto. En el stand de Italia me escandalizó que no hubiera un solo libro (¡ni uno solo!) de Pier Paolo Pasolini. La culpa debe ser del Papa nuevo, o de Ibarra (cuando me escandalizo pierdo la poca razón que me queda). Deploré, como siempre, las colas interminables para obtener un fernet gratis. Y como me quedaba una media hora antes de mi intervención, me quedé escuchando el final de charla de Jorge Lanata en el salón principal, atestado de gente. Estaba hablando de Feinmann (José Pablo). Dijo que lo respetaba y lo admiraba y que por eso no entendía cómo podía ser tan rastreramente oficialista y llegar a tales niveles de genuflexión ante el poder soberano (de la Argentina, se entiende). Y que nunca había escuchado una "pelotudez" mayor que la que intentó reproducir por aproximación. "Menos mal", pensé, "que no gozo de la admiración y el respeto de Lanata". Después cargó, con el mismo tono ligero, contra Luis Alberto Romero (no sé bien por qué, pero intuyo que el historiador debe de haberlo criticado por su incursión en la historia argentina). Dijo que el problema de Romero hijo es ser hijo de Romero padre (José Luis). Y que ése es el origen de todos los males (o las disputas historiográficas: no llegué a escuchar la pregunta a la que estaba contestando). Después me fui a fumar un cigarrillo en la explanada que da a la arena principal de la Rural, donde están dando, ahora, un espectáculo que se llama Óperapampa. Caía la tarde, había unos chicos jugando con trompos voladores, se escuchaba que en el escenario unos bailarines (a los que no podía ver) ensayaban unos pasos de malambo. Fue un momento hermoso, de "casi paz". Después fui a encontrarme con los escritores a los que tenía que entrevistar públicamente: Luis Fernando Verissimo y Paulo Lins, a quienes no conocía previamente. Paulo llegó tarde porque lo habían llevado a la Isla Maciel. "Toda la vida tratando de huir de la favela", dijo con amarga ironía, "y ahora sólo quieren llevarme a las favelas". Yo había estado estudiando toda la noche del viernes y la mañana del sábado para hacer las preguntas ("se notó", me dijeron los organizadores del acto cuando terminó, con lo que me sentí aliviado). Hice una pequeña introducción destacando la necesidad de un conocimiento más íntimo, libre de estereotipos, de la cultura de nuestro hermano mayor en el Mercosur. Hice una mención humorística a Paulo Coelho y la sala (que estaba llena hasta reventar) estalló en aplausos como si una soprano famosísima hubiera cantado sin tropiezo un aria particularmente difícil. Un aplauso cerrado, continuo y extremadamente largo. Como no estoy acostumbrado al aplauso (y más bien me perturba), traté de continuar como si nada hubiera sucedido. Contra mis expectativas, Verissimo realizó intervenciones más claras, contundentes y comprensibles que las de Paulo. Al final, los escritores recibieron un aplauso similar al que habían destinado a mi chistecillo. "Es que la gente viene a la Feria a aplaudir", me dijo un amigo escéptico. Puede ser. De todos modos los brasileños se lo merecían: lo que hacen, lo hacen bien y quienes tenemos cierta debilidad en relación con la cultura brasileña, estamos siempre dispuestos a celebrar toda posibilidad de integración. Volví corriendo a mis obligaciones. No sé si volveré a la Feria. Trataré de ir un día de semana, temprano, a ver libros. Pero no estoy seguro de encontrar el deseo. Siempre preferí ir a librerías.
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