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todoy nada |
![]() Para Jorge Mayer, el inicio de la Feria tiene casi el mismo efecto que una lluvia en las afueras de Madagascar. Lo cuenta y, de paso, manguea un Céline. Todos estos años, cada vez que me ha tocado arrancar la hoja de febrero en el almanaque, puntual en mi correo electrónico, recibo el convite de un amigo: che, Jorge, ¿este año nos vemos en la feria? La feria, por supuesto, es la del libro, y él, un tipo mucho más libresco que yo, a punto tal que tengo para mí que él saqueó la biblioteca de Alejandría antes de que el fuego hiciera lo suyo. Claro que tengo la precaución de no decírselo nunca. No sea cosa que tome mi cumplido por el lado que menos lo favorece y crea que yo lo considero un viejo. Nada de eso. Es un tipo mayor pero no tanto, pero lo que importa es otra cosa. A él y a mí, en distinta medida, nos apasionan los libros. Y si aclaro lo de la distinta medida no es porque haya un instrumento para mensurar ni esta ni ninguna otra pasión. Lo digo simplemente por esa vocación a prueba de balas que él manifiesta todo los años y yo simplemente no tengo. Hay feria del libro y a mí no me pasa nada. Es como si me dijeran que está lloviendo en las afueras de la capital de Madagascar. O poco menos que eso. Porque toda la verdad sea dicha y de un tirón: hay que ser un verdadero apasionado para asistir a un evento que tiene tanta convocatoria entre gente a la que no se le conoce más atracción por los libros que la asistencia casi religiosa a esta cita. Sobre todo porque -y a esto él lo podrá decir mejor que yo- a quienes gustosos celebramos todo amontonamiento de libros para revolver y revolver, nada nos fastidia más que el cercano aliento de alguien que lejos de socorrernos en la tarea, se oficia de obstáculo. Vamos, qué si no vallas son esos tipos que persiguen en medio de la multitud algo que bien podrían conseguir en cualquier librería de esas tan bonitas que hay en la calle Corrientes. Pero él y yo somos hombres de tierra adentro y no tenemos a mano tanta librería para revolver y entiendo perfectamente que en un caso así la circunstancia se convierta en una hoja distinguida de la agenda. Yo, mi querido amigo, este año también me quedaré aquí y quizá nunca ponga un pie en la feria, salvo, claro, que algún deber laboral me obligue en algún futuro, pero aprovecho la ocasión, ya que muy posiblemente leas este espacio, para efectuar un pedido público: ¿no me conseguís un Céline? Cualquiera, cualquiera, que todavía no leí ninguno.
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