todoy nada
3.5.06


El sur también escribe II

Néstor Tkaczek hizo oídos sordos a las advertencias, atravesó medio país y se atrevió a adentrarse en la Feria un día sábado. Después de hacer colas y más colas, jura en vano -como todos alguna vez lo han hecho- no volver.

Es sábado y el día se presta para pasear en Buenos Aires, y pese a todas las advertencias de Paula, la sibila de la feria del libro, acerca de no aparecerse los fines de semana, igual fui.

Cuando llegué había ¡¡cuatro cuadras de cola!! Maldije mi suerte y me resigné a la espera. Diez minutos después la cola avanzaba bastante rápido y yo con unas incontenibles ganas de ir al baño debido a los balones de cerveza del almuerzo. ¿Qué hacer? ¿Aguantar o no aguantar? That is the question. ¿Perdería mi puesto tan sacrificadamente ganado? Sí, lo tuve que perder, en un momento rompí filas y allá fui.

Desandando el camino no pude encontrar mi antiguo lugar y otra vez volver a empezar. Pero los dioses escucharon mis plegarias, llamada en el teléfono y una amiga desde el interior del predio me dice que su amigo escritor tiene entradas de invitación y que me esperan. De la alegría quise besar a una chica pero en el movimiento de la cola había sido reemplazada por un señor de unos bigotazos que recibió sorprendido mi beso y en la carrera no tuve tiempo de explicarle la confusión.

¡Uf! Una vez adentro, y ya que hablamos de cola, el que también la tiene que haber sufrido es Fontanarrosa firmando ejemplares a troche y moche, y seguro que la mano le debe haber quedado en terapia intensiva; gente de todas las edades, los jóvenes con las historietas, algunos grandes con sus libros. En la cola que había gente grande y bastante más paqueta era la que aguardaba la firma del libro del periodista Nelson Castro.

Me dije: más colas no. Pero se ve que era día de colas, colas para el fernet, colas para el café, colas para pagar.

La verdad que lo interesante de la feria está en las ofertas, de las que pude aprovechar varias, y en tomar contacto con algunas distribuidoras o casas editoriales poco conocidas, el resto se puede conseguir en las librerías. También se puede aprovechar algunas conferencias, presentaciones en las salas, si uno las encuentra, claro. A mí no me engañan, Dédalo asesoró sobre la diagramación del predio, éste es un verdadero laberinto hecho para perderse y uno se da cuenta a la tercera vuelta que siempre está pasando por los mismos sitios.

A eso de las nueve de la noche, ya todo está en calma, un grupo de maestras toma mate sentadas en uno de los recodos mientras hojean sus revistas; un padre y su hija esperan con cara de sueño que alguien los rescate; una monja habla por el celular muy entretenida, ¿llamada celestial?; me doy cuenta, ahora que la marea humana ha cesado, que en algunos stands las cosas los fines de semana extrañamente aumentan.

Cuando salgo, en el contraste de las luces y la noche no veo la alcancía de una estatua viviente y de una patada le desparramo todas las monedas; mientras otro grupo de gente se encarga de meterme papelitos de variados menesteres hasta en la boca. Me río, hay que estar loco para volver, sin embargo sé que volveré.





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