todoy nada
29.4.08

La Feria del Libro 1983. Un recuerdo.

Nicolás González Varela y un recuerdo de lo que fue una de las Ferias más emblemáticas.

Mi primer recuerdo de visitar la Feria de Libro de Buenos Aires fue la de 1983, creo que la XI o X edición, la primera en la que hubo "deshielo", que pudimos palpar a nivel cultural que la dictadura militar se desmoronaba lentamente. Antes no la pisaba ni loco. Eran unos circos estatales de censura y mediocridad. Los jóvenes buscábamos el maná literario y ensayístico en lugares insólitos: los mercados de las plazas, las librerías de viejo, el sótano de la vieja librería Hernández... Todo valía para esquivar el cepo cultural de la dictadura militar y conseguir el trofeo del objeto prohibido. Conseguir el libro censurado era como colocar la bandera roja en el Reichstag. En la feria oficial entre los años 1976-1982 los libros que nos interesaban, los autores que queríamos leer estaban siempre ausentes... Nadie con un mínimo de inteligencia intelectual o lectora se le ocurría visitarla. Como muchos de mi generación era militante así que mi recorrido por el predio ferial tuvo una planificación acorde con el objetivo político. El primer objeto de deseo era poder ver, tocar, hojear y manipular los libros prohibidos, los títulos del Index, degustar la lista negra, los que se quemaron real o formalmente. Los stands privilegiados eran las librerías que en ese entonces representaban a las casas editoriales de México y España: la librería "Premier" (en donde como cliente conocí a un raro poeta-librero demasiado culto llamado Guillermo Piro), algo de "Fausto" y poco más. El ambiente de la feria pre democracia era un poco cómico, era el "como si": hagamos como si estuviéramos en libertad, hagamos como si no existiera la censura, hagamos como si no hubiera editores y libreros desaparecidos... Recuerdo una polémica un poco anacrónica entre el editor de Massera (sí, el almirante del Proceso), don Eduardo Varela Cid, que se refería a la acción de la censura en la Feria del Libro. Aunque los más jóvenes no lo crean "antes" de abrirse la feria al público, una verdadera comisión orwelliana (llamada eufemísticamente "Comisión de Ética") recorría los stands diciendo qué libro podía exhibirse y cuál no. Una vez depurada la lista negra los potenciales subversivos podían ingresarse y deleitarse con libros adecuados al espíritu nacional. Por supuesto, tanto el presidente de la Feria del Libro de esa época, creo que se llamaba Castiglioni, negaba la existencia de censura (obvio, acaso ¿no era una acción ética?) e incluso recuerdo muchos editores grandes (no diré los nombres) negaban públicamente que existiera una lista negra de autores y editoriales. El lema ese año en la feria también era orwelliano: "La Palabra Escrita: causa permanente del Progreso", parecía más un diagnóstico siniestro, un aviso de las clases dominantes, un mal augurio que un motto a celebrar. Mi paso por la feria era rápido y eficaz: dos o tres lugares claves (incluidos algunos países claves del Eje del Mal) que se pasaban de voz en voz y fuera. La libreta universitaria nos permitía entrar gratis y no dejarle el óbolo a la municipalidad paramilitarizada. Todavía hoy conservo los ejemplares que compré en esa ocasión, todos con un sticker desteñido atravesado por la celeste y blanco en la primera página. La mayoría son de México, de típicas editoriales de los setenta: Era, FCE, Siglo XXI... algunos (ya que eran caros) de las editoriales de culto españolas: Anagrama, Fundamentos, Akal, Zero... Autores más o menos regulares, que nos atraían como imanes desconocidos: Althusser, Poulantzas... Luego viví la feria desde el otro lado del mostrador, como librero, pero ya no volvió a ser ese lugar morboso, ese espacio perverso en el que la había transformado la dictadura militar. Nunca más volví a sentir ese raro placer de estar violando los arcanos del poder omnívoro. Atenazados a las bolsas con el logo de la feria, retornábamos a nuestras guaridas con la inocente idea que esos libros deseados y prohibidos podrían alguna vez, alguna vez, cambiar radicalmente el mundo.





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