todoy nada
1.5.08

Ganas que no son ganas verdaderas

Humberto Acciarressi, a fuerza de no leer, sigue escribiendo. Estuvo a punto de intentar con la dramaturgia pero se dio cuenta a tiempo de que no es amigo del sainete.

Ando con ganas de escribir una obra de teatro. Ya sé: no es lo mío. Crónicas, ensayos, cuentos o poesías son una cosa, pero la dramaturgia es algo serio. Y en verdad tienen razón. Alguna vez intenté el género y me salió una novela que todavía está sin editar. Hay que conocer los tiempos escénicos y ser más aficionado al diálogo (no a la charla, que es lo que más me gusta). En realidad, a menos que me paguen, no escribiría una obra de teatro. Pero tengo ganas de encarar una. Y más precisamente sobre la Feria del Libro. Aunque de a ratos se me ocurre que parecería más una instalación, por cuanto el escenario debería tener las medidas del predio de la Rural, los stands que hay actualmente en la muestra, la gente que la recorre, quienes trabajan en ella, y hasta los insólitos caballos que pueden verse si uno se asoma hacia uno de los costados (¿o es hacia el medio?, nunca lo tuve bien claro, pero los que van a la muestra saben de qué hablo). El año anterior, o el anterior, yo estaba mirando unas fotos en el hall de entrada, y detrás de mí pasaron como veinte jinetes a caballo (y cuando escribo ”caballo” es lo que todos conocen como “caballo”), con ponchos y lanzas, y un sudor frío corrió por mi espalda el tiempo exacto en que pensé que iba a terminar mis días como Francisco Laprida. Uno de los caballos (al jinete no se lo hubiera permitido) hasta meó a menos de un metro de mis zapatos. Pero les decía que ando con ganas de escribir una obra de teatro sobre la Feria del Libro y hasta pensé que podría llamarse “Este personaje en busca de un autor”, aunque no en el sentido que le daba Pirandello al autor errático, sino a los escritores que circulan por la exposición. Uno de ellos, hace unos días, me preguntó: “¿Comemos algo?” Hace años quiero ver un extraterrestre. La mirada que le dirigí a mi amigo debe ser lo más parecida a la que pondría de cumplirse mi deseo. “¿Acá?”, repregunté azorado. Por supuesto no lo hicimos, ya que coincidió conmigo en que nos saldría más barato salir del predio, tomarnos un taxi a Puerto Madero, cenar en el mejor restaurante, retornar a la Rural e incluso no utilizar las credenciales sino pagar la entrada para seguir charlando en el pabellón Amarillo. La comida de la exposición cotiza en la Bolsa y no quiero terminar como un personaje de Julián Martel. A la salida, ya sin mi amigo escritor, me compré garrapiñadas en la puerta y me fui pensando en las distintas razones por las cuales jamás escribiré una obra de teatro sobre la Feria del Libro. En materia de gustos, no soy muy amigo del sainete.





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