todoy nada
7.5.10

Firma

Gus Nielsen le encuentra un nuevo sentido a firmar en la Feria del Libro.

La idea de ir a firmar a la Feria del Libro siempre me pareció una taradez. ¿Qué tipo de validación da la firma en un libro? ¿Para qué quiere la gente ese estúpido gancho en la primera página? ¿Convierte la edición en un original? ¿Convierte al escritor en tu amigo? Parece un tema de anticuario: destinado a que el libro, con los años, pueda llegar a valer más. No encontraba otra razón, hasta hoy.
Tuve que ir a la Feria a firmar Doli. Pedí que fuera acompañado; Vicente Battista, que también se resiste a estos quehaceres, aceptó venir conmigo a presentar su novela sobre Meneses. Pero llegó cuando me estaba yendo, una hora después debido al tráfico. Por lo que casi estuve solo.
En el primer minuto de sentada apareció un loquito con un cuaderno rojo a preguntar por Vicente. "No sé", le dije, "estará por llegar". Me miró muy disgustado. "¿Y usté también es escritor?", arriesgó. Le enseñé el cartel que hablaba mejor que mi cv. Entonces me pasó su cuaderno, que estaba lleno de firmas y puntitos negros, con las páginas todas orejeadas. Le hice un dibujo. No le gustó. Tenía que firmar, insistió, a los gritos. Estaba enojado porque Battista lo había abandonado y por mi osadía de hacerme el diferente. Firmé el dibujo. Como protesta se quedó parado al lado de la mesa durante media hora. Con su olor a roto y su cuaderno, preguntando a cada rato si Vicente estaba en camino, o qué.
De repente introdujo su dedo índice de la mano derecha muy hondo en la caverna oscura de su nariz; escarbó y escarbó hasta que consiguió sacarse un gran moco. Lo que hizo después me sorprendió: yo hubiera pensado en formar una bola para lanzarla por ahí, como todo el mundo. Él no. Abrió cuidadosamente su cuaderno, eligió el lugar adecuado y lo pegó, casi cariñosamente, como a la figurita que le faltaba para llenar el álbum. Pensé: "al lado de mi firma". Como si me leyera la mente, me mostró que era en otra página. "¿Sasturain, no?", dijo. Le hice de perito calígrafo de un solo vistazo. "Sasturain, claro". El moco, aún verde, alcanzaba a manchar la elegante rúbrica del costado, la de Vlady Kociancich. Aunque ella tuviera su propio moco a custodiar, uno negro con un pelo enrulado. "¿Y el mío?", pregunté. El loquito sonrió. Con la sabiduría de un grande, me pidió tiempo. Levantó su mano izquierda como indicando espera, y susurró: "Después... después... lo pego".
Saberse el cancerbero del residuo orgánico de ese coleccionista le da un nuevo sentido a firmar en la Feria.
Por fin sirve.





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