Más folletos que literatura

Diego Grillo Trubba va de visita a la Feria del Libro y se encuentra muchos papeles, ausencia de debates y algunos libros. Eso sí, sale con flamante DNI en versión carnet y en libreta.

La Feria del Libro se llama, justamente, Feria del Libro. No Feria de la Literatura; es decir, el lenguaje que atraviesa ciertos libros, sino del objeto libro. De hecho, al recorrer sus pasillos uno capta que los debates literarios están ausentes del Predio Ferial de Palermo.
De la presencia de Vargas Llosa en su conferencia, sólo permanecen las gigantografías que pueblan el stand de Alfaguara, editorial que imprime sus obras. No fue tan grave, parece, que pudiese hablar: no hay cadáveres, ni turbas que circulen proclamando el regreso del neoliberalismo. Nada queda, salvo el recuerdo de Hebe de Bonafini en la fila quince durante la disertación del peruano; antes de eso, le había acercado detrás del escenario una carta y le había avisado que se retiraría con anticipación, en silencio, lo cual hizo. Y para conseguir la entrada, a último momento de la noche del miércoles, una chica del stand de las Madres de Plaza de Mayo adujo ante los organizadores que Hebe era "una fan de Mario Vargas Llosa".
PERFIL busca en la Feria algún stand de la ONG con sede norteamericana Hollaback, que en el último mes entró en una disputa no tan privada con un escritor argentino y el semanario también argentino que lo publica, habiendo llegado a solicitar su despido y presionado a anunciantes para que retiraran avisos publicitarios. Pero no hay stand, como si fuera suficiente intervenir en otras latitudes por control remoto. O como si los aquejara el pudor para hacerse presentes en la Feria del Libro, dado que solicitaron silenciar a un escritor.
Tampoco en la Feria se encuentran rastros de la solicitada que circuló en la última semana donde los escritores –entre los que figuran, en lo que circuló, aunque vaya uno a saber si de verdad adhieren: Abelardo Castillo, Liliana Heker, Diego Paszkowski, José Pablo Feinmann, Federico Andahazi y Vicente Battista– apoyan al diputado Carlos Heller, o más precisamente, a su proyecto de ley que se debatirá el próximo martes y plantea que a los escritores hay que otorgarles el equivalente a tres jubilaciones mínimas. En este caso de ausencia, quizás influya que los escritores deben estimar el daño colateral que provocaría si lectores que asisten a la Feria dispuestos a comprar sus libros supiesen que, para ciertos escritores, un escritor equivale a tres seres humanos.
El libro está hecho de papel –al menos por ahora, ya que en el stand de la embajada de Estados Unidos presentan distintos modelos de lectores digitales, todos patentados en su territorio y con deseos de exportarlos–. Y si algo hay en la Feria, es papel. En cierto sentido, podría llamarse Feria del Papel. Apenas uno ingresa, comienza a ser invadido por folletos.
Al inicio del tour, son de las provincias, pero luego los hay de todo tipo: bancos, tarjetas de crédito, turismo, significado del nombre, medicamentos, ONGs, clases de yoga –y nada de libros, claro–. Apenas ingresan, los visitantes reciben la bolsa del stand de la provincia de Santiago del Estero, y buena parte de ellos se dedican a hacer un recorrido por los distintos pasillos a la caza de nuevos y jugosos folletos que suman a la bolsa, que en algún punto desborda y que luego, al salir, suele ser abandonada en los alrededores de Plaza Italia para ser recolectada por cartoneros que, maravillados, descubren que eso de la redistribución de la riqueza es cierto y tiene un nombre específico: folleterismo.
Alguien preguntará, no sin cierta inocencia: ¿y los libros? Hay, claro. No con tanta diversidad como en otros años. Las grandes editoriales llevan sólo las novedades; las medianas, en cambio, aprovechan para llevar todo lo que pueden del catálogo que resta en el depósito: alguien del stand de Tusquets le confía a PERFIL que más del 50% de lo que venden en el transcurso de la Feria responde a los volúmenes "antiguos" –que, de un tiempo a esta parte, por la velocidad de circulación de libros en comercios, son los que fueron publicados hace más de seis meses–. Hay stands de saldos, claro. De hecho, son los que más público congregan.
Pero lo mejor –sino lo único bueno– de esta versión 2011 de la Feria del Libro es la idea del Ministerio del Interior de haber instalado camiones fábrica de DNI. Quien esto escribe ingresó al arribar, hizo el trámite en menos de diez minutos, pagó los $ 35 y, a las dos horas y pico, ya disponía del documento en versión carnet y en libreta. Y quien esto escribe pensaba, al salir de la Feria, hojeando el DNI, que a partir de 2012, bien podría llamarse Feria del Libreta. Al fin y al cabo, para los libros están las buenas librerías.

Pagar para comprar
El ingreso a la edición 37ª de la Feria del Libro se realiza por Santa Fe 4201 tras pagar $ 15, toda una paradoja, pagar para gastar dinero.
El primer pabellón brilla, sobre todo, porque no sólo está falto de literatura –lo cual en buena medida también ocurre con el resto– sino también de libros. Es el espacio principalmente destinado a las provincias.
Así, uno puede cruzarse en el stand de San Juan con un Sarmiento digital –un actor digitalizado interpretando a Sarmiento, tampoco exageremos– que habla de la importancia de la educación, o con una iluminación que intenta dibujar la silueta de la Casa de Tucumán, pero más se asemeja a una kermés escolar –con buenos ojos, porque con malos podría hablarse de un lupanar rutero– en el de la provincia norteña.
Entre tanta ornamentación inusitada –o, si se prefiere, sobrecargada– hay un stand provincial que destaca por su buen gusto y respeto a la producción local: el de Jujuy. Eso sí: en todos, absolutamente, se entregan folletos que nada tienen que ver con los libros. Y la gente, ansiosa, va, los pide y los guarda. ¿Alguien los leerá?

(Nota publicada en el diario Perfil el domingo 24 de abril de 2011.)