todoy nada
6.5.11

Una jubilación para el corredor de fondo

Jorge Mayer, como todos los años, no va a la Feria. Pero, también como todos los años, vuelve a escribir su crónica de la ausencia.

No, este año tampoco fui a la Feria del Libro y a juzgar por el tenor de las repercusiones habidas tampoco es que me haya perdido el evento del año. No vi el programa de actividades pero sospecho que la feria hubiese sido un ámbito propicio para que se debata el recientemente publicitado "proyecto de jubilación para escritores", que impulsa el diputado Carlos Salomón Heller.
Debo reconocer que apenas me anoticié de la propuesta pensé que se trataba de un chiste de los que se estila entre nuestros parlamentarios. Sabido es que en los últimos años el Congreso dejó de ser la caja de resonancia de los grandes temas de la nación para ver reducida su agenda a los proyectos que promueve el poder ejecutivo y unas pocas iniciativas minoritarias que raramente superan el estadio del debate en comisión: nunca llegan al recinto, son papelería que justifica pobremente el salario de no pocos asesores, aunque, nobleza obliga, permite, entre otras cosas, elegir "el parlamentario del año".
Pero conviene no distraerse del asunto principal de la convocatoria y pensar qué es ser escritor, que ha sido a través de los tiempos, qué será en los años por venir. A tenor del proyecto, ser escritor es haber publicado libros. Si cada año se publican en el país unos 20 mil títulos no está de más preguntarse cuántos de ellos son valiosos en tanto dignos de perdurar. Para celebrar esa profusión existe la feria del libro. El punto es: ¿la tarea de escribir es un oficio digno de estimularse? ¿es un trabajo como cualquier otro?
Siguen siendo más relevantes para una sociedad un médico y un carpintero, un periodista y un decorador de interiores, un peón de campo y un maestro de escuela. Hasta un paseador de perros provee un servicio más necesario para la sociedad.
¿Por qué? Porque no hay vida que alcance para leer lo que ya está impreso y lo que esta por darse a la imprenta de acá a fin de año. De eso que todavía no es libro, ¿cuánto habrá que sea idóneo para postergar la lectura de Boccaccio o Cervantes o Dostoievsky o Faulkner? En homenaje a la esperanza improbable de que el mejor libro todavía espere por nosotros es saludable que haya muchos libros, cada vez más, pero a no engañarse: ser escritor no es un modo de ganarse el puchero.
¿Por qué? Los medios de producción se han modificado y ya pocos hay que se ensucien las manos con tinta pero tengo para mí que la tinta es el sustrato material de la escritura en tanto excreción. Se escribe como se ama y se ama como se caga o se llora o se eyacula: de modo urgente e impostergable, como bien lo pintaba Dylan Thomas en su poema más conocido: I labour by singing light / Not for ambition or bread / Or the strut and trade of charms/ On the ivory stages / Bur for the common wages/ Of their most secret heart. (Trabajo a la luz cantora/ no por la ambición ni el pan/ ni por la ostentación y el tráfico de chucherías/ en los escenarios de marfil/ sino por el común salario/ de su más recóndito corazón).
Es simple: hay escritores como hay corredores de fondo o filatelistas y nadie hay que le diga a unos y a otros que tienen que buscarse el modo de ganarse la vida. Va de suyo. Lo que hacen, lo hacen en cumplimiento de un mandato interno, no porque alguien se los pida. Sin ánimo de meterme en terreno fangoso diré que los últimos 25 años del sistema provisional argentino distan de ser los mejores, tal que a la fecha, la pirámide se ha reducido de un modo tan obsceno que más de la mitad de los jubilados cobran el haber mínimo. Los que pretenden se haga justicia con lo que aportaron en su vida activa se los obliga a reclamar por vía judicial. Los procesos duran años. Sabe dios cuántos viejos se mueren antes de cobrar lo que les corresponde. En ese contexto, ¿cómo leer la voluntad estatal de pagarle tres jubilaciones mínimas a un escritor?
Es que algunos de nuestros mejores escritores han muerto en la ruina material y hay quien piensa que hacer algo por la cultura es darle el carácter de necesidad pública a este subsidio a la vejez de los que escriben. Pero al mismo tiempo asoma peligrosamente su perfil la posibilidad de una literatura prebendaria (como ya hay prebendarias otras ramas del arte, como el cine) ¿y qué puede pedirse a un arte prebendario? Al arte a secas podemos pedirle todo. Debemos hacerlo. Pero ¿qué pedir a un arte que se ejecuta al abrigo de una promesa estatal?
Libros se necesitan y no escritores. Y también, por qué no, poner los caballos delante del carro. Sería un buen comienzo antes de dar de nuevo cartas y empezar otra partida.





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