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todoy nada |
![]() Fui tomando notas todos los días con el objeto de escribir algo original, pero tras releer algunas de las crónicas del año pasado, en especial la última de Guillermo Piro, me doy cuenta de que no vi nada que otros no hayan visto antes, entonces descarto la mayoría de los papelitos que garabateé en el Kentucky de Thames y Santa Fe y me resigno a acatar el postulado de este blog, mi crónica será absolutamente inútil, si usted quiere puede dejar de leer en este preciso momento. La última vez que asistí a la Feria del Libro de Buenos Aires fue en el año 2006, un domingo cerca del final, recorrí los stands, compré un par de libros y después me dediqué a seguir a un sujeto experto en robar libros, se llevó varios gratis. Eso fue lo único divertido, básicamente me desesperaba que hubiese tanta gente caminando en cámara lenta, era como estar en un desfile de caracoles, desesperante. Me fui antes de lo previsto, no sin antes prometer que nunca más volvería. Claro, por ese entonces no me imaginaba que tres años después estaría viviendo en Buenos Aires y mucho menos que tendría la oportunidad de trabajar en la Feria, de asistir diariamente, de ver cómo se monta y se desmonta ese enorme shopping transitorio; de manera que, una vez más, rompí mis promesas. Podemos dividir a las personas que concurren a la Feria del Libro en varias categorías: los que están al pedo y "sólo están mirando", los que buscan libros inexistentes, los que agotan su cuota anual de contacto con los libros durante el evento, los que van a cualquier exposición de cualquier cosa para colarse en las conferencias y presentaciones para ver si comen un sanguchito de arriba y, por último, los lectores. Estos últimos son de todos los más ingenuos, asisten cada año con la esperanza de encontrar precios más bajos, libros que no se consiguen en librerías o alguna joyita literaria aún sin descubrir; pero la mayoría de las veces dejan la Rural decepcionados, de cualquier manera una mezcla de falta de memoria y optimismo desmedido los hace regresar al año siguiente. Es que, a decir verdad, no hay ningún título en la Feria que no se pueda conseguir durante un tranquilo paseo por Corrientes, los precios son los mismos y el café es mucho más barato en el bar La Paz (además aquí hay salón fumadores). Aunque claro, por definición la Feria del Libro promueve el "contacto directo entre el autor y el lector" y esto puede ser un incentivo para preferirla a Corrientes y pagar la entrada, pero esto es algo del pasado o un mito, no sé. Salvo que Narda Lepes, Guillermo Coppola o Cumbio sean considerados autores, me parece muy difícil que ese contacto se haga realidad, sacando los cinco minutos que estuve con Gustavo Nielsen, el pucho que me fumé con Genovese en la puerta o algunos cafés con Paula Pampín, lo más cerca que estuve de contactar a un escritor fue el día que oriné junto al ganador de un Premio Herralde bastante reciente. De manera que la Feria del Libro no ofrece a sus visitantes mucho más que la posibilidad de perderse en el laberíntico predio de coloridos pasillos o de pagar $10 por un pancho y una coca, pero por alguna razón misteriosa e indefinible, como me dijo alguien que tiene muchos años de Feria: "hay que estar".
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