todoy nada
10.5.10

Una visita ausente

Omar Genovese escribe.
(Ensayo líneas para llenar este espacio. Ninguna satisface. Sólo puedo decir que me enorgullece ser su amiga.)


Este año pasé por la puerta de la Feria del Libro, pero del lado de atrás, por la entrada que sigue a la siniestra embajada del imperio. Tomé un café con una amiga en el bar de enfrente, para salir disparado (o espantado) hacia la presentación de la colección del sello editorial que publicará –antes de fin de año– Los Archivos de Nación Apache. No pude volver al Predial Hormiguero por un gran motivo personal, algo que me arrancó del blog, facebook y el mismísimo twitter. Ni para 140 caracteres daba el ánimo. Y menos aún leer, concentrarse para leer.
Resulta apabullante cómo la realidad nos puede apartar de esa crisálida de totalidad que simboliza la conexión web. Entonces, los amigos se preguntan, escriben, llaman, mandan mensajes. El algo toma un cariz envolvente, y entonces... lo que ocurre en la expansiva Feria llega igual, se cuelga por los paredones del ostracismo. Clama por que se escuche el ronroneo del chisme, la socarrona burla sobre afirmaciones poco felices.
Por no asistir tengo un preconcepto. La Feria es más rica en la puesta en escena que en su texto repetitivo: del autor al lector, una, otra, y otra vez. Y también, que el cliente tiene toda la razón en su ansia. Si quieren circo, tendrán circo; si quieren brutos, tendrán brutos. Es la simple lógica de la sed de un campo a-cultural, territorio afásico en cuyo tartamudeo tuvo lugar el módico debate físico por asumirse como víctimas.
Me pregunto cuántos textos han sido verdaderas víctimas como sus dueños, y también de quiénes, por qué. Y si lo justo está en el futuro, y el olvido en el presente.
Hay, al menos, un puñado de diez escritores que están formulando el puente entre esa vanidad insolvente y la literatura. Por ellos nadie se preocupa, ni los defiende de un medio tan agresivo como peligroso. Son casi invisibles hasta la publicación. Así de cruel es la escritura, así de bruto es un país.

7.5.10

Firma

Gus Nielsen le encuentra un nuevo sentido a firmar en la Feria del Libro.

La idea de ir a firmar a la Feria del Libro siempre me pareció una taradez. ¿Qué tipo de validación da la firma en un libro? ¿Para qué quiere la gente ese estúpido gancho en la primera página? ¿Convierte la edición en un original? ¿Convierte al escritor en tu amigo? Parece un tema de anticuario: destinado a que el libro, con los años, pueda llegar a valer más. No encontraba otra razón, hasta hoy.
Tuve que ir a la Feria a firmar Doli. Pedí que fuera acompañado; Vicente Battista, que también se resiste a estos quehaceres, aceptó venir conmigo a presentar su novela sobre Meneses. Pero llegó cuando me estaba yendo, una hora después debido al tráfico. Por lo que casi estuve solo.
En el primer minuto de sentada apareció un loquito con un cuaderno rojo a preguntar por Vicente. "No sé", le dije, "estará por llegar". Me miró muy disgustado. "¿Y usté también es escritor?", arriesgó. Le enseñé el cartel que hablaba mejor que mi cv. Entonces me pasó su cuaderno, que estaba lleno de firmas y puntitos negros, con las páginas todas orejeadas. Le hice un dibujo. No le gustó. Tenía que firmar, insistió, a los gritos. Estaba enojado porque Battista lo había abandonado y por mi osadía de hacerme el diferente. Firmé el dibujo. Como protesta se quedó parado al lado de la mesa durante media hora. Con su olor a roto y su cuaderno, preguntando a cada rato si Vicente estaba en camino, o qué.
De repente introdujo su dedo índice de la mano derecha muy hondo en la caverna oscura de su nariz; escarbó y escarbó hasta que consiguió sacarse un gran moco. Lo que hizo después me sorprendió: yo hubiera pensado en formar una bola para lanzarla por ahí, como todo el mundo. Él no. Abrió cuidadosamente su cuaderno, eligió el lugar adecuado y lo pegó, casi cariñosamente, como a la figurita que le faltaba para llenar el álbum. Pensé: "al lado de mi firma". Como si me leyera la mente, me mostró que era en otra página. "¿Sasturain, no?", dijo. Le hice de perito calígrafo de un solo vistazo. "Sasturain, claro". El moco, aún verde, alcanzaba a manchar la elegante rúbrica del costado, la de Vlady Kociancich. Aunque ella tuviera su propio moco a custodiar, uno negro con un pelo enrulado. "¿Y el mío?", pregunté. El loquito sonrió. Con la sabiduría de un grande, me pidió tiempo. Levantó su mano izquierda como indicando espera, y susurró: "Después... después... lo pego".
Saberse el cancerbero del residuo orgánico de ese coleccionista le da un nuevo sentido a firmar en la Feria.
Por fin sirve.

6.5.10

Children´s Corner

Miguel P. Soler escribe a pesar del desencanto.

Mi desencanto con la Feria del Libro, ha ido creciendo estos últimos años. En mi "primera juventud", solía llevarme como mínimo diez libros de distintas editoriales, comprados al 20 y al 30 % con un certificado de docente falsificado con mucha simpleza y gratitud. Iba por lo menos tres o cuatro veces, entrando con mi libreta de cartulina de Filo, cada vez más momificada en cinta scotch, hasta que un patovica me avergonzó cuando se burló de que no había dado un final desde el siglo pasado. Ya para el 2009 fui una sola vez y no compré ningún libro. Pensé que no tendría nada nuevo que contar este año (realmente, como dice Paula, es poca la leche que se le puede sacar a esta vaca), pero me terminé llevando una sorpresa.

Es la primera vez (¿será la última?), que me invitaban a ir a la feria como “autor”. Y acá el lector, seguramente, esperará con cierta incomodidad, que se venga el envanecimiento y autopromoción del tipo que escribe y que ante el menor guiño de la Feria (ese monstruo atemporal inflado de helio, zeppelín mongolfier), cree que asciende aupado por la Literatura Universal. Pero "autor", tal como lo entiendo, es una bella máscara para cualquier carnaval, una especie de comodín que puede esconder al escritor de líbelos revolucionarios, al poeta de gingles imborrables, al graffiter fugaz y anónimo, al creador de puzzles criptográficos, al blogger transmutado en book-star, al educador idealista que perpetra ejercicios estimulantes que despierten mentes inquietas. Creadores de historias y de estructuras. En resumen, al "autor" me lo imagino como alguien que pretende deformar un medio o la mente utilizando las palabras (por lo menos, en cuanto a los libros, y dándole un poco la espalda al famoso ¿Qué es un autor? de Foucault, péndulo paradójico).

Bueno lo cierto es que, para acceder cómo invitado, ese jueves 29 de abril, tuve que entrar por la puerta trasera del Feria, debiendo rodear todo el búnker de la Embajada de EEUU, y evitando así, el hall de entrada donde imperan las grandes editoriales. Este cambio de orientación también afectó mi percepción de la Feria, como si me alistase al mundo combatiente detrás de espejo y de un momento a otro, esperará la aparición insidiosa de Alicia.

El stand al que iba para brindar por su primera aparición en la Feria con su cálido y laburador staff, tomándome un rico vinito y picoteando unos canapés, era el anaranjado y exiguo espacio de Estación Mandioca, una editorial relativamente nueva orientada a la docencia, con libros de texto para los distintos niveles y materias de enseñanza, pero con un par de colecciones de libros para chicos que entusiasman la lectura y fomentan la creación de lectores atentos. El universo de la literatura infanto-juvenil (una denominación discutible y de límites a veces neblinosos) es, salvo por uno o dos ejemplos, nuevo para mí. Es decir, el año pasado, estaba fuera de foco cuando entraba a la Feria. Pero este año, percibo que es un universo en leve expansión, desde las espaldas de la Feria y en distintos puntos heterogéneos de su distribución tricolor, y si van, se darán cuenta de ello. Los mejores stand, los más atractivos a la mirada, los más air-freshing son los de literatura infantil. Los colores, los muñecos, las formas curvilíneas de sus arquitecturas y festones, las caricaturas y personajitos que quieren superar los delirios de Tim Burton, todo llama la atención de los visitantes. Ni siquiera la gigantografía plana del Buda que está todos los años, sorprende de la misma manera. Casi todo stand, aún de las grandes editoriales, tiene su rincón llamativo orientado a los niños. Noto que muchos autores de literatura para "grandes", han sido instados a publicar sus libros para chicos. Lo más peculiar, es que este año el fenómeno está más acentuado que el de años anteriores. Como si la Feria del Libro estuviese siendo fagocitada por la Feria del Libro Infantil (una feria que, de hecho, viene temporalmente detrás).

Con un simple escaneo previo, observé el anquilosamiento de la tradicional Feria. Fui a Riverside Agency, y pregunté por El Original de Laura, la traducción del libro intangible de Valdimir Nabokov y que ya publicó en España Anagrama. Vacilando, afectado por una inocente pregunta fuera de los estantes que podía controlar, el puestero me respondió que esperaban con angustia unos containers demorados. Tal vez, en ellos viniese el libro por el que preguntaba. A continuación, me acerqué a Tusquets. Ni siquiera vi el libro de Olguín entre los otros, y menos expuesto en pedestal olímpico como uno podría esperar para promocionar sus novedades. Pregunté al cortés vendedor de la caja (que un año me vendió con muy buena onda, al 30% de descuento, el monumental Gödel, Escher, Bach en su edición de tapa dura), por los libros de Thomas Pynchon. Me mostró en un bello catálogo, que se editaría Contraluz para junio, aproximadamente, de este año. ¡Pero Pynchon editó otro libro antes, aún no traducido! ¡Un autor que escribe cada diez años, y ya le vamos tan a la distancia que da pavura! ¿Lo más nuevo que tienen las grandes editoriales son catálogos? Los stands son fotocopias deslustradas de años anteriores: así como los desmontan un año, lo vuelven a montar al siguiente.

Mientras atrás se desarrolla una pirotécnica batalla de tizas, adelante los padres bostezan mirando la calle entre sus muebles viejos. ¿No hay que captar lectores? ¿Acaso esto no muestra que se siente que han perdido la batalla con el lector adulto? ¿Es posible que tengamos que reorientar todas las estrategias a apuntalar un lector temprano? ¿La resultante de la fueras de la literatura infantil llevarán a Pynchon en la edad madura?

Me parece que este universo colorido que percibo en expansión, en la Argentina, merecería un análisis crítico más serio que las impresiones de un caminante de patios traseros (¿soy un sexto backyardigans alumbrado por mi hija hace tres años?). Y como en toda guerra que se precie de tal, creo (pretendiendo ser estratega de la palabra), que hay que luchar en todos los flancos y por medio de todos los medios. Creo que abandonar la lucha en el frente, largar la mano al lector maduro, es un error. Crear una literatura integrativa de todas las edades del hombre, no es imposible (pensemos en dos cuentos de hadas: Alicia detrás del espejo y Lolita, dos libros de scf: Crónicas marcianas y El arcoiris de gravedad), pero exige esfuerzo e inventiva.

Imagino tramas complejas, recorridas a través de esos peloteros laberínticos que cualquier nene acometería con pasión. ¿Cuántas veces no sentimos el impulso de ir detrás de ese pibe, y olvidarnos del acartonamiento que nos atornilla a la mesa de los grandes? Todo el problema estriba en la falta de energía que, aún escasa, habría que administrar con inteligencia. Todo el problema está en la inmovilidad, el rigor mortis de la falta de cambio que aqueja a los "grandes" en el frente de la Feria del Libro, nuestro helado zeppelín.





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