todoy nada
30.4.10

Noche de la ciudad en la Feria

Mañana, sábado 1° de mayo, será la Noche de la Ciudad en la Feria. Esto implica que a partir de las 21 hasta la 1 de la madrugada, la entrada será gratuita. Pero antes de esto, y a partir de las 17, se cortará la Av. Sarmiento y habrá un espectáculo musical cuya frutilla del postre será Caetano. Si no fuera porque amamos tanto a Caetano, nos preguntaríamos qué pasa con esta edición de la Feria que convoca a más músicos que escritores. Pero lo dejaremos pasar, aunque sin dejar de advertir que si para el cierre se les ocurre traer a Ricky Maravilla, se pudre todo.
Y otro aviso, si quieren ir más temprano y pagar la entrada, se podrán llevar una firma de Nielsen que estará allí sólo para eso. Sería ideal, incluso, que compren el libro y hasta que lo lean, pero ustedes sabrán. Y no piensen que no tiene sentido. El día de mañana, a lo mejor dentro de veinte años, Gus puede ganar el Nobel y ustedes hacerse ricos con el autógrafo.

26.4.10

Vino Teresa Parodi, tucó un chamamé

Jorge Mayer vuelve a escribir, como cada año, su crónica desde la ausencia. Todo un mérito.

Hace unas pocas semanas conocí Black Books, una serie británica con todos los condimentos para erigirse en la mejor comedia de todos los tiermpos, salvo por su brevedad. Duró tres temporadas de seis capítulos de veintidós minutos y, se sabe, lo bueno, si breve, dos veces breve.
Se preguntará el amigo lector qué hago recomendando una serie de tv en un sitio concebido para la celebración o el denuesto de la feria del libro de Buenos Aires y una primera respuesta, la espontánea, una engañosa aproximación al tema, podría afirmar que las mejores plumas de nuestro tiempo no escriben novelas sino guiones. Ahí lo tenemos a Charlie Kaufman, por caso, el mejor de todos, que cuenta en su palmarés con títulos como Eternal Sunshine of a Spotless Mind, Adaptation o Being John Malkovich. No dejo de preguntarme cómo sería una novela suya y lo más probable es que nunca lo sepa. Suponiendo que la guita no importase, que sí, importa, claro, el cine le deparará al bueno de Charlie las groupies que la literatura de antemano le niega. Ergo: yo también sería guionista.
Al mismo tiempo, se extiende un poco cada día la fantasía del fin de la literatura: se habla, con razón, sin razón o contra ella, del último libro, del último autor, del último lector, y yo no soy ajeno a esa fantasía. Tal vez este opúsculo sea lo último que escriba y en tal caso me gustaría dejar anotado dónde pueden encontrarme. Sí, amigos: van a encontrarme en Black Books, en Synecdoche, New York, antes que en un libro o en un blog.
Entonces la feria, que de ella venimos a hablar, se ofrece como un lugar propicio para que los escritores muestren la hilacha: un hombre de letras, que no es un escritor a tenor de lo que Proust escribió sobre Flaubert, montará un berrinche pidiendo la academia de una buena vez reconozca a un amigo suyo. U otro hombre de letras, que no es igual a un escritor por esto y lo otro, hablará de política y echará sus mejores vituperios contra el nuevo orangutanismo que se abate sobre argentonia. O un tercer hombre de letras, que no puede decirse escritor por bla bla bla, dirá: mis tramas son mecanismos de relojería.
Si no soportamos los berrinches de nuestros críos cuando bebés, ¿por qué perderíamos cinco minutos en atender la verborrea de hombre de letras 1, tan preocupado él por cosas tan banales como el prestigio o el dinero? Si en todo caso se tratara de groupies, ¡vaya y pase! Yo me pregunto, de onda, si fuese la mitad de lo fascista que es la declaración del hombre de letras 2, ¿no estaría en la feria batiéndome a sillazo limpio contra todo el que me ofenda? Yo me pregunto, por preguntar nomás, si no le pido siquiera a mi reloj que se comporte como un mecanismo de relojería, ¿por qué me interesaría leer los libros de hombre de letras 3 o escuchar su perorata? No da, loco. Esta nota debería titularse así: no da.
Siempre recordaré con cariño la mañana de julio en que tomé de la biblioteca de una amiga El lago, de Paola Kaufmann. La novela está ambientada en una región que suelo frecuentar en mis vacaciones; el tema, la búsqueda de un monstruo, me resultaba por completo trivial. Sin embargo leí en voz alta para mi amiga un párrafo cualquiera y fue lo más parecido a decirle "tocá, eso que late es un corazón". Así de simple. Eso es un escritor, no los charlatanes que pujan por un centímetro en la prensa del escándalo, no los infelices que piensan que el compromiso de quien escribe pasa por alinearse con este o con aquel, no los que tienen que dar muchas explicaciones por lo que escriben o lo que dejan de escribir.
Entonces la feria, sí, ya voy, y mejor que no me apuren: Bernard es el dueño de la librería Black Books, irlandés, borracho, cascarrabias, lector full time (no deja de leer ni siquiera cuando orina) y Manny su empleado, un tipo proactivo, bonachón, que a la primera de cambio llena de gente el local y vende más de la mitad de lo que había en stock. Bernard reprime sus deseos de matarlo. A él le gustan los libros, no el hecho de venderlos; al contrario, en medio de una curda fenomenal confiesa que quisiera ser empleado de un acuario. Manny es capaz de vender semáforos.
Esa es la tensión es inherente a la industria editorial. Hay una mitad que gusta de los libros, de leerlos, de escribirlos, que reniega de las multitudes, de la presión tributaria, de las planillas de cash flow; y otra mitad que hace que la rueda gire, que los libros circulen y, entre muchas otras cosas, se organicen eventos como la feria, aunque para reunir una buena concurrencia no les tiemble el pulso en llamar a Teresa Parodi. Ojo: yo no digo que esté mal; sólo anoto que la pasión por los libros tiene más de Bernard que de Manny, pero, toda la verdad sea dicha, la salud del ecosistema precisa a Manny. O a money, que no es lo mismo pero al oído bastante se le parece.

25.4.10

Composición tema: La Feria

A esta altura, la Feria termina siendo la vaca de nuestra infancia. Sé que a muchos les pasa lo mismo que a mí me sucede ahora, al momento de escribir algo acerca de ella. La sensación de que todo se ha dicho y casi todo se ha escrito opera inevitablemente en contra.
Sin embargo, la Feria nunca es la misma. Y no porque cada vez tenga más metros cuadrados. No porque el record de visitantes se supere año a año ni tampoco porque la cantidad de libros nuevos publicados sea inmensa y crezca más allá de lo razonable en un país donde las condiciones, sin lugar a duda, no son favorables para ello.
La Feria nunca es la misma porque nosotros no somos los mismos cada año, y hasta cada día, que la transitamos.
Y con esto no pretendo hacer una defensa de la Feria –de hecho, no la necesita–. Todos tenemos razones que nos hacen acercar a ella de un modo inexorable. Pero también, seguramente, tenemos idéntica cantidad de razones que, si las escucháramos, nos mantendrían lejos los próximos diez años.
No hace falta que nadie diga que vayamos porque allí seremos felices. Sabemos de antemano que nos está mintiendo. Y si le dimos una pizca de crédito a esto, ni bien pisemos el predio, el amontonamiento de gente hará que esa mínima porción de confianza, se desvanezca.
Pero señoras y señores, les tengo una noticia: además de muchedumbres, colas y empujones, allí hay libros. Y los libros, de vez en cuando, nos hacen felices.

24.4.10

La Feria del libro se abre a la gente

Humberto Acciarressi, gran caminador de ferias, nos introduce nuevamente a la megamuestra.

Anoche -el jueves- fue la inauguración oficial y, como suele ocurrir, todo es más acartonado. Hoy -viernes-, sin embargo, se abren las puertas al público y entonces sí comienza realmente ese conglomerado de aconteceres que es la Feria Internacional del Libro. Durante varios días, por los pasillos coloreados de la Rural y sus calles con nombres de escritores, se hablará de libros, gente, películas, teatro, música, amores y algún que otro odio. Los lectores y los autores se cruzarán una y otra vez, y como suele suceder cuando la fama mediática no ha golpeado a las puertas, muchos de los primeros jamás reconocerán a los segundos. Unos se llevarán desilusiones y otros agradables sorpresas, y si por lo menos cada persona se retira del predio con un libro bajo el brazo, el objetivo estará cumplido.
Hace ya mucho tiempo que todos aceptan que la exposición es más parecida al aleph borgeano que a la biblioteca soñada por el mismo Borges. Porque allí, realmente y parafraseando a Terencio, nada de lo humano resulta ajeno. Desde la legitimidad de las mesas de ofertas hasta las charlas sobre blogs, platos voladores, comidas exóticas o el sexo de los ángeles. Y no hay que ser Nostradamus para vaticinar las quejas de los visitantes por el precio de los restaurantes, o el cansancio de libreros, editores y trabajadores que hacen que esta megamuestra sea posible. Cuesta imaginar una Feria como ésta sin esas estridencias. Y tal vez por esto sea, simplemente, como debe ser. Ni más ni menos.

22.4.10

Hoy es hoy

Desde hoy al 10 de mayo, sin repetir y sin soplar, la Feria del Libro abre sus puertas al público. Vayan, paseen, compren, lean, ámenla y ódienla en partes iguales, como hacemos todos y cada uno de los que ya nos acostumbramos a transitarla.

20.4.10

Principios básicos de ontología ferial

Julio Zoppi se adelanta un par de días y nos habla del Escritor, el Comprador, el Editor-Vendedor y algunas atracciones complementarias.

Con sus contradicciones burguesas atravesadas en el esófago, bajo el nerviosismo obvio de penetrar en el territorio del enemigo, el escritor fue, firmó libros y se sintió tan pero tan bien que casi se meó.
Antoniette Pinchon Savoy, ElLiternauta y los Nitroforros, Ediciones VVB- 2006


El Escritor, padre e hijo de toda página que rota ciento ochenta grados sobre un eje ubicado en el lomo
En este mundo viven y con dinero de curso legal pagan sus cuentas. Tienen que costear los consumibles necesarios para seguir vivos con algún que otro espacio en la terraza de la cabecita donde tender sus datos íntimos y dejar que se soleen un poco. Por sobre todas las cosas, a los fetiches estelares de la populatría cultural hay que honrarlos: darles la ducha anual de glamour, el jacuzzi brilloso y burbujeante de las lentejuelas y el champagne. Por ello, intimo a todos los concurrentes a confluir tras un objetivo básico: haced que El Escritor, soberano de toda soberanía textual, actor protagónico necesario de todos los culebrones, arquitecto de todo acto de encuadernación social del lenguaje, se vuelva vedette por unos días y sienta que el mundo ha decidido, por fin, hacer justicia con él. Que pueda regresar al trance solitaria de la función creadora avasallado por el irreemplazable afecto de su mejor amigo, el lector.

El Comprador, festichola en la tumba del soldado desconocido
Muchos ponderan el lado festivo del evento social, su condición paseadora de high touch entertainment. Ya se que es un placer lúdico como pocos hojear un libro usando un sanguchito salado como señalador al riego de una Stella Artois bien frappé, pero quiero reivindicar un injustamente oscurecido lado fenicio del asunto; volver a las fuentes que hagan que el visitante de alguna manera se sienta en “La Salada del Campo Cultural”. Una feria para poderse autorizar a llevar ese nombre con propiedad debe connotar de inmediato un inconfundible significado de ganga. Para el comprador toda feria es el templo de la oferta y el descuento, del regateo y la rebaja, la oportunidad de adquisición ventajosa que la convierte en una inestimable fuente de regocijo consumidor. Es muy simple: si no hay ganga no hay feria. Se rompe “el contrato social básico en la construcción del sujeto colectivo indispensable para que se cumplan las condiciones objetivas que aseguren un motivo verdadero para que la gente concurra a la feria”. El evento no puede renunciar a ser un homenaje de excepción al cliente deprimido que llega de todo un año de lucha desigual contra la muralla inexpugnable del soberbio mercado cotidiano. Harto de rebotar contra esa indiferencia terca de los precios, tan ofensivos en su descaro, el comprador necesita ser invitado a una fiesta como anfitrión preferencial, donde le será permitido envanecer su orgullo y donde será siempre consentido de alguna manera.

El Editor-Vendedor, la única especie que nació sin derecho a la extinción
El vendedor es casi siempre al mismo tiempo el editor; sufriente empresario que nunca deja de preguntarse por qué no cambiar de ramo de una vez y dedicarse a un producto con menos bronce nobiliario pero con más histeria seductora. En la feria el vendedor debe estar en un estado de reviente; con el si fácil, dispuesto a conceder y concederse cualquier exceso, lujurioso y festivo, en una noche de permisivo desenfreno y transigencia negociadora. Recomendaría que se alcoholicen bastante para lucir más atrevidos y creativos a la hora de transmitir excitación transaccional y la más lírica de las vocaciones ofensivas que puedan permitirse en materia de descuentos, sin temor a los goles de contragolpe. No se trata tan simplemente de repetir los mismos actos mecánicos de la venta, la feria es el lugar para hacer el amor con los compradores, para practicar una deliciosa promiscuidad de facturación sin preservativo.

Las atracciones complementarias
A las ya conocidas mesas redondas, conferencias, seminarios, charlas, proyecciones y demás funciones formales que se ponen a la grupa del núcleo bibliológico de la feria, podríamos agregar algunas nuevas atracciones:
Emitir en vivo un primer programa de chimentos del campo cultural. La posibilidad de hablar de si le queda bien el saco mao que se puso Caparrós, si la Piñeiro está buena o no está buena, si Gus Nielsen es tan simpático como parece, a cuantos colegas realmente putea Fogwill o quién banca a Andahazi.
Concurso de textos para solapas y contratapas. A ver si desterramos de una vez por todas esas contratapas elogiosas que revientan el cielorraso de imponencia tipo: "Fabián Monsanto, tal vez el exponente más despampanante de la Nueva Ensayística Argentina, logra a través de una prosa revulsiva no exenta de implacable lucidez, convertirse en el gran fiscal de la hipocondría argentina" cuando el flaco apenas ha logrado encadenar con alevosa arbitrariedad cuatro cinco planteamientos mal digeridos que encontró googleando por ahí con un par de anécdotas de facultad.

19.4.10

Final countdown



La foto y la gráfica es de Ezequiel Cafaro. El dolor de pies, de todos.

16.4.10

Exclusivo para lectores

Daniel Massei, desde Barcelona, inaugura las crónicas de este año y nos habla de realidades, libros, lectores y... escotes femeninos.

Toda realidad es, sobre todo, la narración que se hace sobre ella. En el mismo sentido, la realidad propia, no es más que el discurso con que un sujeto interpreta su propio mundo. Es un mecanismo muy conocido por los mitómanos, por ejemplo, de allí esa necesidad compulsiva de inventar historias que los incluyan; siempre propias, nunca ajenas, porque no pueden prescindir del yo que los impulsa. Es el protagonismo del sujeto lo que entra en discusión. Que algo pueda ser definido como ficción o no, importa realmente muy poco, toda realidad es siempre de algún modo ficcional. Desde el mismo momento en que es incorporada a un discurso que la enuncia, que la narra e interpreta: se constituye ficción, gracias a una propiedad inevitable del lenguaje. Se piensa, extrañamente, sólo con palabras, nunca con imágenes. Y en un idioma específico además, el primero que se supo oír, de allí que el lenguaje sea la construcción intelectual primigenia de los seres humanos, el primer aprendizaje no fisiológico. Y es por eso que el pensamiento también se vuelve ficción, una narración más, un simple relato. A veces mediocre, otras veces fascinante. Y quien no logre narrarse la propia vida de un modo que mantenga cautivo y expectante el entusiasmo, enfrentará un problema grave, gravísimo: se aburrirá. Se aburrirá de sí mismo, la antesala del suicidio, de la pérdida de todo interés por continuar con su vida. Suicidio y depresión son estados sinónimos, ambos llevan dentro la pulsión de la muerte, el fin de toda narración.
Los lectores somos gente aburrida pero, en general, no somos suicidas. Y no somos suicidas porque contamos con un método para sobrellevar nuestro aburrimiento: sabemos abrir un paréntesis en nuestra vida y aprendimos a asomarnos a las ventanas. Es que desde toda ventana se observa un mundo que no es el nuestro, que es otro, que es el afuera, que le pertenece a otra gente. Un libro es, básicamente, un producto que sirve a ambas ideas: un paréntesis en nuestra realidad, un tiempo en que nuestro protagónico en este mundo cruel puede olvidarse; y una ventana a otra realidad edificada por la cabeza de un extraño ajeno a nosotros mismos: un autor. Es que leemos sólo para divertirnos; para divertirnos en primer término, y en último para descansar de nosotros mismos. Algunos además escribimos, buscando exactamente lo mismo: describir un cosmos argumental, una realidad ideológica, un mapa de constelaciones subordinadas, un mundo verbal. Un paisaje que nos resulte entretenido transitar, edificar e incluso destruir. La paradoja es que quienes escribimos, lo hacemos persiguiendo exactamente la misma idea pero con el método exactamente opuesto: crear una realidad distinta con una sobredosis de nosotros mismos. La concentración extrema, la exégesis, nuestro propio yo devenido en único pensamiento rector de un universo que, al menos, intenta ser diferente al de todos nuestros días.
Hay otros medios de diversión y entretenimiento que tienen también la potestad de dejar al sujeto en estado de suspensión, digamos, de paréntesis: el cine, todas las artes, e incluso: la TV, Internet, el fútbol, los deportes en general, como práctica tanto como espectáculo; cada quien elige sus armas y batalla contra el aburrimiento vital como realmente le viene en gana. Internet, por ejemplo, a mí me resulta fascinante y reconozco que hace años que vivo más tiempo conectado que desconectado. Pero si además de la literatura debo elegir otra posibilidad de paréntesis a esta realidad y sólo uno más, otra ventana a mundos ajenos, no elijo Internet. Existe otro producto de la civilización que me resulta incluso mucho más fascinante, otra invitación a olvidarme de mí mismo que me resulta más mucho más difícil de rechazar: los escotes femeninos. Lo que las mujeres muestran y lo que ocultan. Cómo lo muestran y cómo lo ocultan. No dejan de ser también una ventana a otra realidad, un paisaje de un cosmos ajeno, una invitación a un mundo que se puede soñar como infinitamente más íntimo.
Existe cierto particular evento que se aproxima en el calendario de estos días y que reunirá, bajo el mismo predio, casi todos los elementos aquí nombrados: libros, autores y múltiples escotes femeninos. Está por comenzar La Feria del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, claro, ciudad pródiga, aún, tanto en libros publicados como en aparición de mujeres bellas; digan lo que digan y hagan lo que hagan quienes la gobiernan. Pues bien, disfruten de ella (de la feria), y de ellas (de las mujeres bellas). Sean elegantes al mirarlas, eso sí, sobre todo si son ajenas (y recuerde que en algún punto siempre lo son): no molesten ni violenten. Basta una mirada fugaz, liviana, el resto es sueño e imaginación. Todo lo contrario con los libros, terreno fértil sólo desde la concentración, la obsesión y la insistencia, cuando cabe, cuando algún hallazgo pone en funcionamiento la maquinita cerebral que nos controla. En esos casos no sólo se nos permite la mirada pesada, procaz, algunos libros incluso nos la exigen. Todo texto se desnuda fácil, controladamente desde su primera página, sólo los incorrectos furtivos caemos en la tentación de abrirlos por el medio, donde sea, que el azar decida. De cualquier modo también nuestra propia exageración resulta imperdonable: entrarles desde atrás, sodomizarlos de una vez, leer su última página para descartar su compra, su pertenencia a nuestra biblioteca, y descartarlo para siempre. A veces lo hacemos. Pero es lógico, son miles de libros, demasiados, miles de realidades que se nos proponen, todas deseando capturar nuestro tránsito lector. Debe existir algún método de descarte, es imposible leer todo lo que se publica. Es imposible, incluso, leer todos los textos que viven dentro de cada texto que se publica. Sabemos bien que frente al interés por los libros ninguna elegancia resulta posible, allí desconocemos si existe un sistema distinto a plantarnos sobre la letra impresa que nos interesa como desesperados hambrientos, seres instintivamente voraces, enfermizamente compulsivos, que urgen cada día por nuevos libros que los inviten a posponer su propia hora para el suicidio.
La feria será un evento comercial, mercantil, editorial, social; lo sabemos desde hace un buen rato. Se discutirá cuánto y cómo tiene que ver con el ejercicio íntimo de la literatura, como se discute siempre, en cada nueva edición. Y está muy bien, es incluso necesario que se continúe discutiendo; urgente, imperioso e impostergable, que cada nuevo año continuemos debatiendo sobre lo mismo. Pero mientras tanto, además, ojalá recuerden todos disfrutar del evento, divertirse, leer, encontrarse con amigos. Una feria también es una fiesta, y una fiesta suya, mía, para autores y editores; llámense mujeres, hombres o, incluso, casi suicidas. Una fiesta exclusiva para lectores, eso quería decir.

14.4.10

Versión 10

¿Es necesario que les explique nuevamente de qué hablo? No, claro que no. Pero si todavía queda algún despistado, pueden leer acá y seguir al menos algunos de los links. Pero no perdamos tiempo, nuestro objeto -no de deseo- es la Feria del Libro y la tarea que debemos realizar es escribir ustedes y publicar yo, allí mismo. Y juntos seremos felices y así amaremos y odiaremos -todo al mismo tiempo- a nuestra bendita Feria. Cualquier duda, sugerencia, error u omisión, diríjanse a la ventanilla.





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