todoy nada
9.5.06


Yastá

Todo concluye al fin, como dice la canción. No me pidan balances porque soy muy mala a la hora de ellos. Siempre me dan negativo. Sólo sé que, como cualquiera que haya formado parte de esto, estoy lo suficientemente cansada como para sólo callar. A los que esperaban algo más, sólo les digo que es lo que hay, o es lo que hubo. A los que formaron parte, gracias infinitas. Si a alguno todavía le quedan ganas o alguna cosa por decir, no tiene más que hacerlo. Y si a mí, me quedan ánimos para recordar, prometo subir las fotos que saqué pero nunca subí por no tener siquiera fuerzas para extender el brazo hasta el puerto USB.

8.5.06


Visité, huí y olvidé -menos a dos-
(El vertiginosa paso de un payuca por la Feria)


Julio Zoppi y su vertiginoso paso por una efímera y ruidosa función hecha para visitar, huir y olvidar.

Bien temprano recorrí los 145 kilómetros que me separan de la Capital para enhebrar un viernes movidito, regado de trámites laborales y la obtención del pasaporte en la Federal. Allá por las cinco de la tarde bajo del subte en Plaza Italia y llego a la esquina de la Rural para ver, oh sorpresa, una ausencia total de carteles de la Feria del Libro. Contrariando mis expectativas, lo que se anunciaba era una exposición sobre fútbol. ¡Zas! Primera muestra de que soy todavía un descolgado campesino que a pesar de viajar seguido a Buenos Aires se queda afuera de toda la información que un porteño maneja casi de taquito. Me pasa igual con los recitales de bandas que no son muy conocidas ni promovidas, de los cuales me entero cuando ya hace dos meses que se hicieron. ¿Cómo es que hacen allá para saber por ejemplo que una banda de gothic metal vino a tocar un martes al Ateneo cuando en ningún medio se difunde la noticia? ¿Se desayunan todas las mañanas con la página de Ticketek? La cuestión es que al ver lo de fútbol pensé: "Está bien que las insoportables sensiblerías radiales del Alejandro Apo han logrado un avance importante en la lucha por mostrar la unión del fútbol con la literatura pero esto no me lo esperaba". De inmediato me asalta mi terror a preguntar, soy capaz de tomarme un bondi a Mataderos por error con tal de evitar preguntarle a alguien en la calle.

"La entrada por Av. Sarmiento" me dice el boletero al cual me le animo. Allá voy entonces.

Lo que había leído en los blogs todos estos días anteriores me había hecho la idea de que me iba a encontrar con un infierno. Puede que haya habido una lectura tendenciosa de mi parte, pero realmente las crónicas blogueras me habían hecho la cabeza para encontrarme con una cámara de torturas. Y la decepción fue notable porque dentro de todo ?o dentro y fuera de nada- el suceso y su entorno me pareció un infiernito agraciado, un mal absolutamente menor, tan abigarrado de fastidios y tan artificialmente atractivo por un rato como cualquier entretenimiento urbano. Será que fui demasiado prevenido ante las advertencias de precipitarme a una experiencia nefasta. Mi última participación ferial ya estaba algo caduca, databa de años atrás cuando todavía se hacía en Figueroa Alcorta cerca de la Facultad de Derecho. Este Predio Ferial de Palermo destila una onda muy arriba, muy high tech & high touch. Y uno al cruzar patios y pabellones siente que está en el viejo paraíso aquél donde la bosta de vaca se reviste con la pátina brillosa y tradicional del cajetillaje más enhiesto; se percibe un resplandor a lujito excitante, paquetería pero de la sana, esa que nos hace pensar que aún la más pestilente mierda frívola y garca, luce atractiva. Algo que en el otro predio de Figueroa Alcorta no se sentía ni remotamente; aquello era más improvisado, metálico y aluvional; como buscar ofertas en un supermercado Coto del Gran Buenos Aires con libros apiñados en las góndolas; esto se asemeja más a una exposición de vivienda, diseño y decoración donde se exhiben artefactos industriales y no libros, o en todo caso a un tour de shopping digamos tipo Unicenter pero con filigranas de Patio Bullrich eso sí, en los intersticios.

Atravesé el pabellón de acceso, mucho Clarín y Nación, onda muy computacional, actividades de extensión, chicos jugando, de libros ni hablar. Ya en los espacios libreros la primera referencia visual aguda que me hizo detener fue en el stand del Planet Group, una foto de tamaño casi bufonesco de Martín Caparrós: "Hoy firma". ¿Quién me mandó a mirar? Casi lo llamo a Genovese para avisarle. "Vení Omar, no te lo pierdas". De a poco me metí en clima, recorrí muy rápido todo, manoseé algún que otro ejemplar, me abstuve de mirar más de lo que miré, y hasta culminé mi periplo exploratorio comprando un libro de Pascal Bruckner que tuvo un destino trágico, ya que dos veces lo perdí; la primera lo encontré, la segunda ya llegando de madrugada a mi casa, no.

De la lista de charlas programadas en toda al feria me hubiera interesado mucho ir a un par de ellas, pero como hacer coincidir días horarios y disponibilidades, imposible. No vi. por suerte colas de gente aguardando firmas de los autores. El cholulismo que incluye este acto es digno de mi total repulsión. La firma de su ejemplar es para muchos algo más que un recuerdo del autor, es un trofeo triunfal a exhibir en el futuro entre sus amigos. De este modo impersonal, mecanizado, casi industrializado, esas dedicatorias a la carta, ni siquiera tiene el valor de un recuerdo en relación a una anécdota que haya provocado el encuentro; a una razón, al accidente. Una firma de feria es como un papel sellado en la cola del banco. Pero para los acostumbrados a lucir sus "relaciones" con los famosos sirve. ¿Nunca se toparon con eso tipos que te dicen con orgullo canchero: "Fulano ?alguien famoso- comió acá, estuvo con nosotros hablando en esta mesa". Como si fuera una hazaña, un hecho que los jerarquiza. "Así que estuvo acá, ahá, ¿y qué? ¿Hiciste una fiesta?" La gente tiene una relación de proyección mística con los famosos, por decirlo de un modo general, y eso a veces los lleva al despropósito de "agradecerles su humanidad".

No era mi intención imitar el vía crucis mujeril de Omar, pero como dejar de saludar a Paula y conocer a Inx, dos de las bloggeramigas que sabía tenían parada fija aquí. Así fue que terminé rescatando de sus trabajos a ambas por un tiempo. Primero departí con la Pampín a la que ya conocía del Rojas, fémina energética y de charla rápida, nos pasamos encimándonos -en la conversación, se entiende- de lo lindo . A Inx no la había visto antes, así que tuve el placer de adivinarla en el Stand de Antígona, no me equivoqué por suerte y fue otro gratísimo momento, con muchas ideas compartidas con esta Mujer de distinguido porte y contundente personalidad, como para andar derecho si o si.

Volví a atravesar pabellones para el escape final, casi como apurado. Salvo por los enriquecedores encuentros humanos, del artefacto social de la Feria en si me traje solamente un residuo de glamour descartable, módico en su profundidad aunque quizá entretenido y contenedor a causa de su propia intrascendencia.
Una efímera y ruidosa función hecha para visitar, huir y olvidar.

5.5.06


Yo te avisé

Queda poco. Para alegría de todos. Sólo este fin de semana y el lunes. Si hasta ahora no se animaron a acercarse a la Feria, no hay razón alguna para que vayan a hacerlo estos días. Si hasta el momento fue todo bastante fastidioso, imagínense lo que pueden llegar a ser los últimos estentoress. Colas multiplicadas, apretamientos acrecentados. Las buenas ofertas que podían aprovecharse ya se las llevaron. El personal de los stands está cada vez más cansado y con la susceptibilidad a flor de piel. No esperen nada amable de ellos. Teniendo la vida tantas cosas para disfrutar, tengan la plena seguridad que acá no van a encontrar ninguna de ellas.

3.5.06


Feria fémina

Omar Genovese -al igual que tantos hombres- va a la Feria a encontrar mujeres.

Estoy en el shopping de las palabras. Hay mucha luz, música funcional, hermetismo geométrico (ninguna ventana), por lo que el tiempo pasa sin referencias ciertas. Casi, como estar en un Bingo, en un Casino. Pero Buenos Aires no es Las Vegas. O sí. Busco en el programa-mapa si hay stand del Mustang Ranch. No, me quedo con las ganas de conocer la exposición fotográfica de la decadencia de Sally Conforte, o del homicidio de Bonavena. Lástima. En un austero local (cómo llamarlo, de qué otra manera), un simpático barbado me acerca un folleto impreso en la década del setenta (tipográfico, en azul), respecto a los derechos del Islam. Le pido del otro: los derechos de la mujer en el Islam que, como era de esperar, tiene menos páginas que el primero. Coqueto, está impreso en tinta rosa. Sangre diluida de mujer. ¿Sangre menstrual coranizada? Lo llevo a mis narices: huele a Pantone. Supongo: 485C más blanco transparente. Tinta al agua. Sangre al agua.

Hay tres grandes galpones (pabellón me suena a cementerio, es algo desagradable), diferenciados por color (verde, azul, amarillo), pues la alfombra mal colocada, con globos y pliegues, diferencia las áreas de los expositores. Caminar por ahí es un calvario, como si el barro fuera el contrapiso natural, o la bosta de caballo apisonada aún formara la huella oculta de la actividad fundamental del predio: animales, para la venta o la reproducción. Quizás, por eso, aquí los animales ambulan por los pasillos. Miran sin ver. Llevan bolsitas con folletos, nada de libros. Evalúo las actitudes, gestos, poses. Parecen estar perdidos, como un barra brava de Chacarita en la Biblioteca Nacional. Hay negocios que venden CD de música, otros que promocionan parcelas para muertos, heroísmos de una Armada fantasma, políticas de gobiernos provinciales (el de Misiones, muy interactivo, mucho pantalla de plasma y súper terminales bobas mostrando un pasado pisoteado). Mini bares de pizza, patys, café, gaseosa y papas fritas. Caros, carísimos. Más caros que en París, que en Tokyo. Pero el olor a meo no es parisino. La cloaca ferial se ve superada y envía sus putrefacciones hacia el galpón. Ascos vomitivos.

Pienso en el lector que soy y me digo: aquí no se puede comprar libros. Y me dedico a buscar gente. Por suerte, encuentro a Paula. Ella me habla en puntas de pie, o sus zapatos son demasiado extremos, y me divierte que su cuello se estire para que la escuche. Mordaz, pega en el flanco amistoso. Y tiene razón, aunque reconoce que estoy grande para que me usen de catapulta. Intercambiamos ubicaciones de las personas que busco. Comenta que por ahí aparece D., por lo que me voy a buscar a Inx, con la promesa que me llamará digitalmente, así la conozco. Encuentro a Inx en otra vidriera, la reconozco por la voz, ella también lo hace. Pienso: nunca podremos hacer un secuestro y pedir rescate por teléfono. La vivacidad de sus ojos me atraviesa de manera tierna. No explora tanto, ni busca demasiado. Soy lo que imaginó, y ella es tal cual la imaginé, pero más baja. Las dimensiones internéticas elongan las estaturas. Tomamos café en un bar cercano (¡por todos lados hay bares!) y me entero que está sorprendida del amor de su pareja, luego de 17 años. Y a mí me sorprende el amor con que lo cuenta. Digamos, ternura. Paula llama, Inx vuelve a su vidriera laboral. Ahora me voy a otro bar con Paula. Menú: hamburguer with coca para mí, papas fritas con café para ella. Todo muy light. Y hablamos de nuestros pequeños mundos. Eso sí, como estamos en el primer piso, al encender un cigarrillo con su mano no fumadora, la susodicha lo arroja encendido hacia abajo. Por suerte cae en una maceta y no en las alfombras. Por un momento temí la cromagnonización libresca. Hablamos, o mejor: Paula regala tanto sarcasmo y comprensión que me parece astuta. Va nerviosa por algo y me cuenta sobre eso, aclarando que no habla con nadie respecto al tema. Lo cual es un elogio o un compromiso. No me altero, siempre fui un cómplice absoluto. Paula es el compendio de la mujer independiente: su hiperactividad abruma, creo que no duerme sino que se desmaya. Se queja de la falta de tiempo, y hablamos de la muerte, la danza que realiza en torno a las enfermedades. Hacemos un pequeño silencio, cada uno mira hacia ese abajo que es un pasillo insomne de animales. Vamos, ya es tarde para cada uno, o siempre fue tarde y lo disimulamos bastante. En su vidriera sin vidrios me cuenta cierta anécdota respecto a la locura de los visitantes, lo que me sugiere algo inquietante y divertido: los lacanianos fracasaron con los asnos. Por eso Paidós exhibe como un trofeo de guerra el último seminario titulado La Angustia.

Ahora voy en busca de otra mujer. (Todas mujeres, que placentero, misterioso...) En el mausoleo naranjoso pregunto a un barbado por V. Dice que está en el stand de Intel. No. Vuelvo y le pregunto a una muchacha con remera negra identificada con el mausoleo. Amable, me indica el bar (¿otro más?), allá sentada... De lejos no la veo. Por suerte la conozco, no tengo ganas de estacionarme frente a las mesas y gritar su nombre. Está, y es sorprendente que a más de quince metros salude con la mano mientras habla por el telefonito. Soy difícil de ocultar, en un laberinto me encuentran enseguida. Sentado frente a ella hay un sujeto canoso de rulos y cuerpo pequeños, bigote, flaco, de mirada nerviosa. Intercambiamos besos y me presenta a C. Ahá, vos sos CF. Sí. Yo soy Genovese. Ah. (No le gusto nada, y poco importa, suelo poner cara de asco ante tales situaciones). Tomo una silla y me siento, como el umpire, en el medio de la cancha mirando a los dos. ¿Viniste a alguna mesa?, pregunto a C. No, vine a presentar el libro de una amiga -dice, lacónico-, muy poca gente... V termina su llamada y veo cierta luminosidad en la delicadeza de sus rasgos. Luce unos anteojos pequeños de marco rosa o salmón, que le dan un aire ceremonial. Su belleza es deslumbrante, algo cambió en ella desde la última vez que la vi. Me pregunto si será feliz. Es una mujer para preguntarse eso. Sí, seguramente trata de serlo, con varias dificultades, entre ellas quien está a mi izquierda. Le hablo respecto a ella, lo que hará, cómo está, ignorando la presencia de su contendiente. Sé que interrumpí algo, que caí en mal momento. A V parece divertirle la situación. C, nerviosísimo, le murmura como para que no lo escuche, vamos, no sé si... mmmmm... V, le dice que bueno, que ya. Interrumpo, y le hablo a V sobre ciertas cosas. Le pido su teléfono, que la llamaré, que le presentaré algo interesante para su trabajo. Quedamos en eso y la saludo con afecto. A él la mano dura, no es un tipo amable ni agradable. Prefiero salir como llegué que someterme al capricho de quien cree ser dueño de alguien. Pienso en las mujeres, en cómo se relacionan con los hombres. En la coquetería de cada una, en lo que hace tan divertido disfrutar de ello.

Busco desesperado el papel donde anoté el lugar del auto en la cochera, y con él en la mano (como vendiendo una acción en el pandemonium de La Bolsa), pago el estacionamiento y busco en las profundidades de Palermo aquella nave que me sacará de la galaxia turbia. Al menos cinco familias recorren los pasillos del lugar buscando sus vehículos, parecen muertos vivos con las bocas abiertas. Son las secuelas de perderse en un territorio donde las palabras ensucian hojas de papel aferradas por un lado, decoradas con colores llamativos al frente. Mañana, pienso, voy a una biblioteca, quiero leer alguna enciclopedia, encontrar el saber de manera azarosa. Como hoy, en tres mujeres, tres páramos.


El sur también escribe II

Néstor Tkaczek hizo oídos sordos a las advertencias, atravesó medio país y se atrevió a adentrarse en la Feria un día sábado. Después de hacer colas y más colas, jura en vano -como todos alguna vez lo han hecho- no volver.

Es sábado y el día se presta para pasear en Buenos Aires, y pese a todas las advertencias de Paula, la sibila de la feria del libro, acerca de no aparecerse los fines de semana, igual fui.

Cuando llegué había ¡¡cuatro cuadras de cola!! Maldije mi suerte y me resigné a la espera. Diez minutos después la cola avanzaba bastante rápido y yo con unas incontenibles ganas de ir al baño debido a los balones de cerveza del almuerzo. ¿Qué hacer? ¿Aguantar o no aguantar? That is the question. ¿Perdería mi puesto tan sacrificadamente ganado? Sí, lo tuve que perder, en un momento rompí filas y allá fui.

Desandando el camino no pude encontrar mi antiguo lugar y otra vez volver a empezar. Pero los dioses escucharon mis plegarias, llamada en el teléfono y una amiga desde el interior del predio me dice que su amigo escritor tiene entradas de invitación y que me esperan. De la alegría quise besar a una chica pero en el movimiento de la cola había sido reemplazada por un señor de unos bigotazos que recibió sorprendido mi beso y en la carrera no tuve tiempo de explicarle la confusión.

¡Uf! Una vez adentro, y ya que hablamos de cola, el que también la tiene que haber sufrido es Fontanarrosa firmando ejemplares a troche y moche, y seguro que la mano le debe haber quedado en terapia intensiva; gente de todas las edades, los jóvenes con las historietas, algunos grandes con sus libros. En la cola que había gente grande y bastante más paqueta era la que aguardaba la firma del libro del periodista Nelson Castro.

Me dije: más colas no. Pero se ve que era día de colas, colas para el fernet, colas para el café, colas para pagar.

La verdad que lo interesante de la feria está en las ofertas, de las que pude aprovechar varias, y en tomar contacto con algunas distribuidoras o casas editoriales poco conocidas, el resto se puede conseguir en las librerías. También se puede aprovechar algunas conferencias, presentaciones en las salas, si uno las encuentra, claro. A mí no me engañan, Dédalo asesoró sobre la diagramación del predio, éste es un verdadero laberinto hecho para perderse y uno se da cuenta a la tercera vuelta que siempre está pasando por los mismos sitios.

A eso de las nueve de la noche, ya todo está en calma, un grupo de maestras toma mate sentadas en uno de los recodos mientras hojean sus revistas; un padre y su hija esperan con cara de sueño que alguien los rescate; una monja habla por el celular muy entretenida, ¿llamada celestial?; me doy cuenta, ahora que la marea humana ha cesado, que en algunos stands las cosas los fines de semana extrañamente aumentan.

Cuando salgo, en el contraste de las luces y la noche no veo la alcancía de una estatua viviente y de una patada le desparramo todas las monedas; mientras otro grupo de gente se encarga de meterme papelitos de variados menesteres hasta en la boca. Me río, hay que estar loco para volver, sin embargo sé que volveré.





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