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todoy nada |
![]() Y mañana, la seguimos. Porque si alguien va a descansar en el día de los trabajadores no somos ninguno de nosotros.
En el mejor de los casos, es una paradoja. Soy de los que leo a razón de un libro cada dos días, en el peor de los momentos tres, y padezco esa extraña enfermedad que consiste en hablar con entusiasmo de cosas que han fabulado otros e incluso yo mismo. Pueden faltarme algunas de las artimañas que a otros los parecen vitales para hacer más llevadera la vida (un par de ellas decididamente no), pero sufro cuando acabé la pila de libros de mi mesa de luz, que se bifurcan hacia mi biblioteca si me interesan, o a la de alguna otra persona si no le encontré el debido gusto. Soy, además, de los que pueden pasarse horas en una librería de viejo, revisando estantes o mesas que escruté el día anterior, ahora con la esperanza de encontrar alguna perlita llegada en las horas previas. Y puedo estar no menos tiempo en bibliotecas, hemerotecas o archivos –públicos o privados– en la ardua y apasionante búsqueda de un dato, apenas un dato, para alguna nota que seguramente no leerán más que unas docenas de personas. Mi psicóloga ya está convencida de que no es obsesión compulsiva mirar durante un largo rato los estantes de mi biblioteca, para verificar si siguen estando cada uno de los casi ocho mil libros que han resistido purgas, regalos, robos y otras afrentas de lesa cultura. A veces voy a Carroll, otras a Pound, otras a Pavese, otras a Valery, otras a Trackl, en fin, la lista es interminable. Soy, también, de los que caminan por la calle leyendo, sin que eso signifique que ignore lo que ocurre a mi alrededor, pues por algo soy periodista. Me siento a tomar un café, y leo. Me paro a tomar una coca, y leo. Estoy con una mujer, y aunque su charla resulte muy atractiva, en algún momento me pongo a leer. Juro por los dioses de todas las religiones (pues soy muy ecuménico) que nada de lo que antecede es mentira, y de esto pueden dar fe mis amigos, conocidos y compañeros de trabajo. Entonces, ¿alguien me puede decir la razón por la cual la Feria del Libro me genera un rechazo visceral por todo lo que rodea al mundo libresco? Tampoco soy nuevo en el tema. La he cubierto periodísticamente para casi todos los medios nacionales en unos 30 años. Y siempre me ocurre lo mismo: es el único momento del año en que no leo libros. Por eso digo que, en el mejor de los casos, la Feria del Libro, para mí, es por lo menos una paradoja.
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La Feria del Libro 1983. Un recuerdo. Mi primer recuerdo de visitar la Feria de Libro de Buenos Aires fue la de 1983, creo que la XI o X edición, la primera en la que hubo "deshielo", que pudimos palpar a nivel cultural que la dictadura militar se desmoronaba lentamente. Antes no la pisaba ni loco. Eran unos circos estatales de censura y mediocridad. Los jóvenes buscábamos el maná literario y ensayístico en lugares insólitos: los mercados de las plazas, las librerías de viejo, el sótano de la vieja librería Hernández... Todo valía para esquivar el cepo cultural de la dictadura militar y conseguir el trofeo del objeto prohibido. Conseguir el libro censurado era como colocar la bandera roja en el Reichstag. En la feria oficial entre los años 1976-1982 los libros que nos interesaban, los autores que queríamos leer estaban siempre ausentes... Nadie con un mínimo de inteligencia intelectual o lectora se le ocurría visitarla. Como muchos de mi generación era militante así que mi recorrido por el predio ferial tuvo una planificación acorde con el objetivo político. El primer objeto de deseo era poder ver, tocar, hojear y manipular los libros prohibidos, los títulos del Index, degustar la lista negra, los que se quemaron real o formalmente. Los stands privilegiados eran las librerías que en ese entonces representaban a las casas editoriales de México y España: la librería "Premier" (en donde como cliente conocí a un raro poeta-librero demasiado culto llamado Guillermo Piro), algo de "Fausto" y poco más. El ambiente de la feria pre democracia era un poco cómico, era el "como si": hagamos como si estuviéramos en libertad, hagamos como si no existiera la censura, hagamos como si no hubiera editores y libreros desaparecidos... Recuerdo una polémica un poco anacrónica entre el editor de Massera (sí, el almirante del Proceso), don Eduardo Varela Cid, que se refería a la acción de la censura en la Feria del Libro. Aunque los más jóvenes no lo crean "antes" de abrirse la feria al público, una verdadera comisión orwelliana (llamada eufemísticamente "Comisión de Ética") recorría los stands diciendo qué libro podía exhibirse y cuál no. Una vez depurada la lista negra los potenciales subversivos podían ingresarse y deleitarse con libros adecuados al espíritu nacional. Por supuesto, tanto el presidente de la Feria del Libro de esa época, creo que se llamaba Castiglioni, negaba la existencia de censura (obvio, acaso ¿no era una acción ética?) e incluso recuerdo muchos editores grandes (no diré los nombres) negaban públicamente que existiera una lista negra de autores y editoriales. El lema ese año en la feria también era orwelliano: "La Palabra Escrita: causa permanente del Progreso", parecía más un diagnóstico siniestro, un aviso de las clases dominantes, un mal augurio que un motto a celebrar. Mi paso por la feria era rápido y eficaz: dos o tres lugares claves (incluidos algunos países claves del Eje del Mal) que se pasaban de voz en voz y fuera. La libreta universitaria nos permitía entrar gratis y no dejarle el óbolo a la municipalidad paramilitarizada. Todavía hoy conservo los ejemplares que compré en esa ocasión, todos con un sticker desteñido atravesado por la celeste y blanco en la primera página. La mayoría son de México, de típicas editoriales de los setenta: Era, FCE, Siglo XXI... algunos (ya que eran caros) de las editoriales de culto españolas: Anagrama, Fundamentos, Akal, Zero... Autores más o menos regulares, que nos atraían como imanes desconocidos: Althusser, Poulantzas... Luego viví la feria desde el otro lado del mostrador, como librero, pero ya no volvió a ser ese lugar morboso, ese espacio perverso en el que la había transformado la dictadura militar. Nunca más volví a sentir ese raro placer de estar violando los arcanos del poder omnívoro. Atenazados a las bolsas con el logo de la feria, retornábamos a nuestras guaridas con la inocente idea que esos libros deseados y prohibidos podrían alguna vez, alguna vez, cambiar radicalmente el mundo.
![]() 2. La única feria que conozco y, por eso mismo, la única que me gusta, la única que reúne personajes de la más baja estofa, puestos a traficar mercancías de casi ningún valor para nadie y, al mismo tiempo, chispazos de austera belleza, es la feria de los hippies en El Bolsón. De todo lo antedicho sólo El Bolsón es cierto: cualesquiera de los otros términos pueden –piden– ser refutados. El Bolsón es una especie de rara patagonia, fashion victim de un glamour diésel como casi cualquier patagonia, vacía de juventud. La juventud, es norma, busca lo suyo en otra parte. Lo suyo es la fama, el dinero, el conocimiento. Todo eso está lejos de allí, que tantas veces es aquí. De suerte que todos son somos viejos. Las ilusiones están apolilladas –o están apoliyando. La alegría es sólo brasilera. O no es. Entonces es lógico que el macho joven concurra a la feria. Allí, con un poco de suerte, comerá rico y barato, escuchará mil veces contadas, mirará alguna piba linda y limpia, venida de otras pampas, embelesada de todo y con ganas de huir lo antes posible. Con algún souvenir. Acaso la cosquilla del amor.
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Debaten el rol de la cultura en los medios de comunicación A poco de inaugurada la 34ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires ya hubo de ese raro tipo de fricción —privativa de otras áreas— que en el campo de la cultura funciona como las raquetas para caminar en la nieve. La imprecisión de la consigna inicial de la mesa redonda que tuvo lugar el viernes 25 (“Los suplementos culturales en los tiempos de la soja”) permitió enfocar el tema de la presencia de la cultura en los diarios desde distintas perspectivas. Moderada por el periodista Rodolfo Braceli la integraron Daniel Amiano (ADN, La Nación), Claudio Zeiger (Radar Libros, Página/12), Hernán Brienza (Crítica de la Argentina) y el que suscribe (Cultura, Perfil). Brienza comenzó destacando el significado de la ausencia de un suplemento en el diario que dirige Jorge Lanata. Lo que Crítica de la Argentina posee son tres páginas diarias, que abarcan desde actualidad hasta crítica de libros, de blogs y de discos —el diario de Lanata, fiel a su nombre, tiene cierta predilección por la crítica. Brienza habló del desafío que significa hacer que el lector, de paso entre la sección Sociedad y Deportes, se detenga en las páginas culturales. Claudio Zeiger se refirió al hecho de que el suplemento a su cargo se ocupa exclusivamente de libros, el objeto tan preciado, el que todos amamos. La libertad con que se mueve en el campo libresco se debe al hecho de que no cuenta con auspiciantes, a quienes ni debe someterse ni a quienes no debe adular. Retomando lo dicho por Hernán Brienza, el que suscribe se preguntó qué sentimiento de culpa hacía que los editores de los suplementos culturales erraran el camino, preocupándose no por satisfacer la curiosidad y las ansias de información de aquellos interesados en temas culturales, sino por "captar" la atención de aquellos a quienes la cultura interesa tanto —o menos— que los pormenores de la vida sexual de las almejas. Los suplementos de Deportes, Economía, Turismo, Arquitectura o Campo están decididamente dirigidos a quienes sienten cierta afinidad hacia los temas tratados, y ninguno de ellos tiene en su horizonte "captar" a nuevos lectores. Daniel Amiano, responsable de la página web de ADN, se refirió al rol del lector online, comentador y terrorista virtual compulsivo, misteriosamente necesitado de dejar su impronta escrita y muchas veces anónima a toda costa, sin que importe demasiado que no tenga nada para decir. Ya con la intervención del público se abordó una pregunta que confirma lo que muchos intelectuales sospechan: que la Historia no sirve para nada. La pregunta fue si la lectura de libros hace o no a la gente "mejor", sin explicitar si ese "mejor" significaba una elevación moral o, más sencillamente, carecer de faltas de ortografía —una persona que no tiene faltas de ortografía es indudablemente "mejor" que una que sí las tiene. Se trata de una idea que fue instalada por Matthew Arnold, un crítico inglés que a fines del siglo XIX aseveró que "el conocimiento de lo bueno y lo bello hace a la gente más buena", afirmación que hoy sabemos que es errónea, ya que, para dar un ejemplo, muchos generales alemanes que por tarde administraban los campos de concentración durante la Segunda Guerra, por la mañana leían el Quijote —y leían bien. Los libros no tienen influencia sobre la moral de las personas. Para concluir, una noticia risible: Eduardo Mileo, en representación de la SEA (Sociedad de Escritores y Escritoras de la Argentina, organizadora de la mesa), explicó a qué se debía la ausencia de un representante de la revista Ñ: al parecer, la presencia de uno de los panelistas hizo que la revista rechazara la invitación. Nunca se supo quién fue: Mileo se negó a dar el nombre del ratoncito que hizo retroceder al elefante.
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![]() 1. Y bien amigos, superados los inconvenientes técnicos que nos mantuvieron fuera de aire por espacio de casi un año (cuánto espacio ocupa un año, ¿alguien me lo sabe decir?), seguimos acá mismo, en la Feria del Libro, recogiendo experiencias (ellas sí, se dejan), bebiendo el veneno negro al que rebajan con fernet, pasando un lindo momento entre gente que uno quiere y a la vez un pésimo momento a la par de todos estos enormes carteles, la turba aglomerada en los pasillos que no sabe adónde va, los chicos que se han hecho la rabona y a falta de mejor sitio para entretenerse han venido aquí a estropearnos esta hermosa tarde de otoño. Por esa misma razón, o por alguna otra que no viene al caso, deseo aprovechar la oportunidad que se me brinda, para agradecer públicamente la presencia de todas las autoridades que han venido y, nobleza obliga, llevar tal agradecimiento a niveles superlativos respecto de las autoridades que no han venido. Esa ausencia habla muy bien de ellos, que acaso ahora mismo, con el gesto grave que la urgencia de la hora requiere, resuelven asuntos de vitalísima importancia para el destino de la Nación. Por ejemplo qué hacer con el capítulo de Los Simpson en el que un borracho acusa al Gran Estadista de la Patria de haberse acostado con Madonna. No necesitamos de esa gente aquí, hermanos. Los precisamos lejos. Quién sabe, a lo mejor ni los precisamos. Eso lo dejo en manos de ustedes. Enseguida vuelvo.
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Una imagen vale más que mil palabras
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Para muestra bastan varios botones/2
![]() -La gente que trabaja en la Feria termina la misma con 3 ó 4 kilos de más producto de la ingesta diaria de sandwich tras sandwich. -La gente que trabaja en la Feria termina la misma con 3 ó 4 kilos de menos debido a que el sueldo jamás le alcanza para pagar la comida que se vende en los puestos. -La gente que trabaja en la Feria tiene más sexo. -La gente que trabaja en la Feria no tiene sexo porque lo único que le interesa fuera de allí es dormir. -La gente que trabaja en la Feria termina la misma con 2 ó 3 amantes distribuidos entre el público visitante y el personal de otros stands. -La gente que trabaja en la Feria termina la misma con una pareja menos y 2 ó 3 amantes idem debido a la falta de atención hacia ellos producto del cansancio. -La gente que trabaja en la Feria conoce al dedillo las mejores ofertas que se ofrecen allí. -La gente que trabaja en la Feria no tiene la menor idea de lo que se vende allí ya que no puede moverse del stand. -La gente que trabaja en la Feria termina la misma con un millón de amigos como Roberto Carlos. -La gente que trabaja en la Feria termina la misma solo como un paria después de que todos sus amigos lo abandonaran y de no querer ver ni en figurita a cualquiera que tenga que ver con el evento. -La gente que trabaja en la Feria termina haciendo algún hijo. -La gente que trabaja en la Feria termina no siendo reconocido por sus propios hijos luego de tantos días de ausencia. Esto es sólo el comienzo, seguiremos con nuestra labor investigativa y aportando nuevos datos no sólo referente a esta raza si no también a otras como por ejemplo, el público visitante. Cualquier información adicional que quieran aportar, será bien recibida.
Eu sei que é bom. Mas remédio também é bom e nem por isso eu gosto. Estou falando de feira de livros. Adoro livros. Tudo começou com a palavra falada e posteriormente escrita. Adoro falar. Lembro que na escola primária havia duas notas: de aprendizagem propriamente dita e de comportamento. Onde se incluía falar demais da conta. Eu sempre tirei notas vermelhas de comportamento. Não porque não fosse comportada, mas falava e falava e falava. E quando aprendi, finalmente, a escrever: escrevia, escrevia e escrevia. Assim, sou apaixonada por palavras. Existem umas que me provocam estremecimentos de prazer até hoje: cavilosa, aliás, absurdo... Assim como é muito difícil explicar amores, também não sei explicar estes, por estas palavras. E adoro livros, por consequência. Mas feira de livros me dá um não sei quê. Como se houvesse uma feira de filhos, de bichos, de amores. Parece que certas coisas não deviam ser vendidas, assim, numa feira. Como abacate, banana, melancia ou meias. Livros são mundos. Livros são amigos. Livros são amantes. Livros são companhias quando o mundo desmorona, companhias quando a solidão espanta, companhia quando a imaginação escasseia. Livros deviam ser manuseados com carinho, sem pressa, sem urgências comerciais. Cheirados, olhados, namorados, abertos e fechados, com a paciência do primeiro amor, da primeira transa, de como devia ser o primeiro amor e a primeira transa. Assim numa correria, assim ao atacado, assim todos juntos, não sei, parece uma suruba literária sem muito critério. E eu sou muito puritana em meus amores. Um de cada vez. Sem pressa. Sem azáfama. Devagarinho. Mas já que feiras existem quer eu queira, quer não, já que parece ser uma forma razoável de estimular a compra e –espero– a leitura, ¡voilá! ¡Viva a feira de livros!
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