todoy nada
17.5.11

C'est fini


16.5.11

El apetito por los libros

Julio Zoppi volvió a no ir a la Feria pero, en cambio, ensaya unas ideas en torno a lo que él llama las "empresas editoriales".

Los mercadeos burbujean al son de las epilépticas tendencias de consumo. El deseo de una empresa editorial es articular a bajo costos los resortes precisos para que un autor que se convierte en marca, o aquél que conserva la marca hecha en otro momento histórico la mantenga con una vigorosa permanencia de liderazgo. Generar el capital simbólico requerido para sostener una marca, avalado en gran inversión publicitaria, implicaría reinventar algún genio de masas que asegure por sí mismo ventas decentes de un material artísticamente elevado. Ello resulta hoy día una empresa casi imposible. Conspira contra ello un espacio público informativo saturado de mensajes que relativizan los valores de los emisores literarios. La autoridad otrora monolítica ha implosionado hasta dejar astillas que apenas flotan en sus pequeñas lagunitas de supervivencia pero no generan potencia superlativa de olas para imponerse como marcas. Lograrlo costaría una fortuna en promoción totalmente irrecuperable.

El elenco de autores promedio de ficción, cada uno luchando en un atribulado campo de batalla con sus módicas porciones de penetración, se esterilizan entre sí a causa de su extenso número y cunde la imposibilidad de hacer de sus obras un sólido y estable objeto de deseo. Muy numerosos los egos contenidos para tan poco continente disponible. ¿Cómo hacer para dotar de un mínimo de reconocimiento a todos? Por consiguiente, la ecuación más elegida por las empresas editoriales es la traslación de planos del capital simbólico, tomar las estrellas que son marca en otros gremios de la industria mediática y hacerlos libro. Ante la imposibilidad de generar marca con el escritor de profesión, entonces que el libro se nutra de la marca ya establecida por otros géneros, es el caso de la cada vez más creciente tendencia a que todo famoso periodista deportivo, modelo, deportista, vedette, actor, mediático, charlatán, locutor de radio, se vuelva autor de un libro. El recurso tiene una logística de producción muy barata y eficaz; no requiere más que contratar a un ghostwriter idóneo y se obtiene en breve plazo un producto caliente. Las bateas de las librerías muestran cada vez más libros de todo figurón más o menos conocido; pronto llegará el libro de Tinelli, el de Martín Palermo o el de Jorge Rial. El segmento del ensayo sobrevive por su cercanía al vaivén político, lejos de los intelectuales pero cerca de periodistas validados en gráfica, TV o radio capaces de producir obras de acuerdo a los picos de tensión de cada coyuntura temporal.

Pero no sólo una marca determina la atracción, hace falta el atributo intrínseco del producto.

¿Qué encierra un libro como producto para volverlo magnético al deseo del público?

¿Qué debe tener que lo haga atractivo al punto de pagar para tenerlo en principio, condición suficiente que hace del leerlo una segunda instancia accesoria a los fines?

El libro juega con el deseo de revelar lo oculto. Pero no hay que confundir lo oculto con lo desconocido, se trata simplemente de aquello que no puede ser revelado por otro medio o en alguna otra parte que no sea un libro. Por eso el valor del formato papel. El libro debe ante todo esconder, encerrar algo, traer algo oculto adentro, alguna intimidad a ser violada, imposible de descubrir de ninguna otra forma. Esconder un tesoro, aunque sea pequeño, que no pueda obtenerse en otra parte más que dentro de sus áridas hojas. Esta condición es la que hará que sobreviva el libro como volumen encuadernado, frente a los muy encandilantes archivos digitales demasiado volátiles y violables en su intimidad. Es una promesa de único acceso a un descubrimiento que debe guardar su suspenso; todos los libros son libros de suspenso. El encierro de su luz avala la expectativa. La novela esconde el tesoro de un final, un enigma, el suspenso atrapante de una trama plagada de descripciones deliciosas; el de investigación el secreto de una revelación jamás sabida. La poesía, de modo más sofisticado, el hallazgo de la belleza del decir impensado. La biografía, esas anécdotas jamás sabidas.

Durante la dictadura, anulados por la censura, la represión y el terror, el mundo de las ideas no eran contenido posible; pero el libro prometía ofrecer el tesoro de la sexualidad prohibida; corriendo el límite de lo posible en otros medios más explícitos como los gráficos y audiovisuales que soportaban una censura más brutal e implacable. Se vendían como pan fresco novelas que contenían las descripciones proyectivas de liberadores polvos, actos sexuales explícitos, carnales romances de formato liberal, prolegómenos y devaneos varios. No es que los militares no controlaran los libros, pero digamos que dejaban cierta flojedad en la tuerca respecto de la ficción que permitía el colado de esas apetecibles gemas de voluptuosidad, aún en los best sellers norteamericanos. Las peripecias masturbatorias de algún personaje de Harold Robbins o las felatios de Asís eran secretas medialunas para el desayuno.

Porque não vou à Feira do Livro

Desde São Paulo, Maray Furnari dice presente y nos invita a ver libros. O mejor, nos invita a bailar tango.

Não. Não vou à Feira do Livro. E não é porque more em São Paulo, já que estarei em Buenos Aires por esses dias.
Não é porque já tenha sido livreira e tenha tomado um certo pavor a vender meus amigos. Os livros.
Não é porque a feira seja ótima e cheia de gente que lê. Quer coisa melhor que isso, numa época em que o mundo se enche de gente que só consome?
Não é porque minha amiga Paula esteja lá, na Corregidor, correndo de cá pra lá, feito a formiga da fábula (o que não é novidade, a Paula correndo de cá pra lá, feito a formiga da fábula).
Não é porque a Feira seja longe do meu hotel e eu e minha claustrofobia não nos submetamos nunca a andar de subte.
Não é porque minha mala seja pequena –de propósito, aliás- e não caberiam nela tantos livros quanto eu desejaria comprar.
Não é porque eu já fui a várias outras e ache que todas são iguais. São. Mas os livros são diferentes.
Não é porque, para minha desgraça e a de todo o povo brasileiro, nós tenhamos menos livrarias no país todo do que os porteños têm em Baires.
Não, não é por nada disso.
Eu não vou à Feira do Livro porque o tango me chama. De tarde e à noite. E eu não falto jamais a um compromisso com o tango.
De manhã?
Bom, de manhã eu tenho que dormir. Em algum horário tenho de fazê-lo.
Mas vocês não sigam meu (mau) exemplo.
Visitem a Feira do Livro!
E se sobrar um tempinho, visitem também uma milonga...

14.5.11

Visita con frustración incluida

La visita de Mariana Gilligan a la Feria no tiene nada que ver con los libros. Es sólo un acto de amor.

Después de muchos días decidí darme una vuelta por la feria. No, no fue el deseo irrefrenable de gastar mi sueldo en libros ni la posibilidad de pedirle autógrafo a algún autor, sino que en realidad me vencieron las ganas de ver a mi marido despierto y en condiciones de emitir una oración completa, coherente y con más de tres palabras.
Para mi sorpresa me recibieron mucha alegría aunque me di cuenta después, era por la bolsa cargada de galletas que traía conmigo. Tras esa parada técnica salí feliz a recorrer los pasillos llenos de gente, escuchando La Traviata a todo volumen en mis auriculares. Primer parada, saludar. Había tanta gente que apenas pude dar un beso, recibir un mensaje, mostrar mi nuevo chiche y entregar la segunda carga de galletas.
Seguía la visita obligatoria al stand de libros en inglés, de la librería esa que jamás está abierta cuando yo tengo tiempo libre para ir a visitarla. La emoción me hizo hormiguear la punta de los dedos cuando vi un estante repleto de literatura contemporánea. Saqué dos títulos de Ian McEwan para preguntar el precio, lamentablemente no había sistema, me sacaron cagando y no me los puede llevar.
También pasé por De la Flor para ver el libro del dibujante chileno Montt, pero había muchísima gente esperando para llevarse la firma de Liniers. No, no puede verle las orejas de conejo desde donde estaba. Pase por Alfaguara a ver que libro habían sacado de Alberto Fuguet. Pero estaba lleno hasta la manija de viejas arrastrando carritos y acarreando cajas. No podía detenerme a hojear nada.
Me frustré y me volví para lo de Maguila, quien no parecía despierto y contestaba a todo con monosílabos. Los pibes del stand bien podrían dedicarse a hacer stand up o a dictar clases de meditación trascendental, porque después de 40 minutos parada ahí comprendí todo el humor, la paciencia y la tolerancia que hay que tener para no matarnos. La próxima le hago la listita de lo que quiero a Maguila e invito a los amigos a cenar a casa.
La gente está loca, chicos, y la que va a la feria me da miedo.
No voy más.

13.5.11

Uno que yo no soy fue a la feria

Daniel Collico Savio fue a la Feria. En realidad, no. Digamos que casi.

En mi imaginación caminé mirando minas, esquivando con lo justo a los proveedores de papeles -esos, que sueñan con ser ellos mismos escritores, o que piden autógrafos a quienes parecen serlo-. Si hubiera ido, creo que hubiera pensado en voz alta acerca del país (uno con mayúsculas, con estadistas, con un respeto acrecentado con las mayorías de edades) pero sólo hubiera visto papeles en el piso. Tal vez hubiera ido el día del casi-homenaje-a-Sábato cercenado por la muerte, o casi también el día de Vargas Llosa. O mejor, haber visto media hora de Vargas Llosa en TN con Fernandez Díaz me brindó seguridades acerca del confort de mi cama. Me hubiera querido encontrar con Gandolfo, con Olguín o con Pampin, sólo si algo me garantizaba la rima, o al menos una aliteración.

No fui.
De nuevo, no fui.
Me bastan un par de eventos en Eterna Cadencia para polarizarme con un campo eléctrico contrario al de toda manifestación literaria.

Y en cambio, miro a la izquierda de la PC, y se amontona en la biblioteca todo un estante de sci-fi de Minotauro de los setenta que espera agazapado su relectura, y tengo el Bioy-Borges de más de mil páginas, la oscura esperanza de leer a Brodsky o de terminar un Roth, y los datos aislados y bisilábicos que me tira mi mujer, tras sus inspecciones secretas a la biblioteca pública de Chacarita: Aira, Bizzio, Piglia. Que no los leí. Pero estás seguro, Piglia, ¿no? Que no.

Prefiero imaginar lo de siempre, como quien empieza un régimen el Lunes que viene, que estaré por allí el año que viene. Que no me asustarán las muchedumbres, las cohortes kirchneristas o el caos vehicular. O la gente. O yo mismo. Prefiero pensar que yendo le haré más justicia a Paula en sus cruzadas absurdas, que son en el fondo las mías. Tal vez crea que si voy, lo que escriba en ese día de Otoño valdrá la pena.

11.5.11

Día de Feria/2

En su día de Feria, Edgardo Balduccio se cruzó con algunos amigos y con otros no tan amigos pero les sacó fotos a todos.








10.5.11

Nada termina

Ayer fue el último día de la Feria del Libro de este año. Gracias a todos los que, de algún modo, fueron parte de este espacio. Es probable que quede algo por publicar por allí y, seguramente, lo veremos en los próximos días porque todos sabemos que todo termina pero también nada termina.

Día de Feria

Edgardo Balduccio también tuvo su día de Feria y lo registró para las crónicas.






6.5.11

Una jubilación para el corredor de fondo

Jorge Mayer, como todos los años, no va a la Feria. Pero, también como todos los años, vuelve a escribir su crónica de la ausencia.

No, este año tampoco fui a la Feria del Libro y a juzgar por el tenor de las repercusiones habidas tampoco es que me haya perdido el evento del año. No vi el programa de actividades pero sospecho que la feria hubiese sido un ámbito propicio para que se debata el recientemente publicitado "proyecto de jubilación para escritores", que impulsa el diputado Carlos Salomón Heller.
Debo reconocer que apenas me anoticié de la propuesta pensé que se trataba de un chiste de los que se estila entre nuestros parlamentarios. Sabido es que en los últimos años el Congreso dejó de ser la caja de resonancia de los grandes temas de la nación para ver reducida su agenda a los proyectos que promueve el poder ejecutivo y unas pocas iniciativas minoritarias que raramente superan el estadio del debate en comisión: nunca llegan al recinto, son papelería que justifica pobremente el salario de no pocos asesores, aunque, nobleza obliga, permite, entre otras cosas, elegir "el parlamentario del año".
Pero conviene no distraerse del asunto principal de la convocatoria y pensar qué es ser escritor, que ha sido a través de los tiempos, qué será en los años por venir. A tenor del proyecto, ser escritor es haber publicado libros. Si cada año se publican en el país unos 20 mil títulos no está de más preguntarse cuántos de ellos son valiosos en tanto dignos de perdurar. Para celebrar esa profusión existe la feria del libro. El punto es: ¿la tarea de escribir es un oficio digno de estimularse? ¿es un trabajo como cualquier otro?
Siguen siendo más relevantes para una sociedad un médico y un carpintero, un periodista y un decorador de interiores, un peón de campo y un maestro de escuela. Hasta un paseador de perros provee un servicio más necesario para la sociedad.
¿Por qué? Porque no hay vida que alcance para leer lo que ya está impreso y lo que esta por darse a la imprenta de acá a fin de año. De eso que todavía no es libro, ¿cuánto habrá que sea idóneo para postergar la lectura de Boccaccio o Cervantes o Dostoievsky o Faulkner? En homenaje a la esperanza improbable de que el mejor libro todavía espere por nosotros es saludable que haya muchos libros, cada vez más, pero a no engañarse: ser escritor no es un modo de ganarse el puchero.
¿Por qué? Los medios de producción se han modificado y ya pocos hay que se ensucien las manos con tinta pero tengo para mí que la tinta es el sustrato material de la escritura en tanto excreción. Se escribe como se ama y se ama como se caga o se llora o se eyacula: de modo urgente e impostergable, como bien lo pintaba Dylan Thomas en su poema más conocido: I labour by singing light / Not for ambition or bread / Or the strut and trade of charms/ On the ivory stages / Bur for the common wages/ Of their most secret heart. (Trabajo a la luz cantora/ no por la ambición ni el pan/ ni por la ostentación y el tráfico de chucherías/ en los escenarios de marfil/ sino por el común salario/ de su más recóndito corazón).
Es simple: hay escritores como hay corredores de fondo o filatelistas y nadie hay que le diga a unos y a otros que tienen que buscarse el modo de ganarse la vida. Va de suyo. Lo que hacen, lo hacen en cumplimiento de un mandato interno, no porque alguien se los pida. Sin ánimo de meterme en terreno fangoso diré que los últimos 25 años del sistema provisional argentino distan de ser los mejores, tal que a la fecha, la pirámide se ha reducido de un modo tan obsceno que más de la mitad de los jubilados cobran el haber mínimo. Los que pretenden se haga justicia con lo que aportaron en su vida activa se los obliga a reclamar por vía judicial. Los procesos duran años. Sabe dios cuántos viejos se mueren antes de cobrar lo que les corresponde. En ese contexto, ¿cómo leer la voluntad estatal de pagarle tres jubilaciones mínimas a un escritor?
Es que algunos de nuestros mejores escritores han muerto en la ruina material y hay quien piensa que hacer algo por la cultura es darle el carácter de necesidad pública a este subsidio a la vejez de los que escriben. Pero al mismo tiempo asoma peligrosamente su perfil la posibilidad de una literatura prebendaria (como ya hay prebendarias otras ramas del arte, como el cine) ¿y qué puede pedirse a un arte prebendario? Al arte a secas podemos pedirle todo. Debemos hacerlo. Pero ¿qué pedir a un arte que se ejecuta al abrigo de una promesa estatal?
Libros se necesitan y no escritores. Y también, por qué no, poner los caballos delante del carro. Sería un buen comienzo antes de dar de nuevo cartas y empezar otra partida.

Gente que lee/4

Los días pasan, la gente sigue leyendo y El Santo los sigue fotografiando.








5.5.11

La costurera supo ir a la Feria

La costurera además de coser y coser, una vez fue a la Feria.

Más vale malhumorada por el calor incómodo. Encima que hay que arreglarse desde temprano. Encima el viaje. Porque después no podés bajar y ponerte algo ahí. Y tampoco se puede ir así nomás.

Nosotros arrancamos a las ocho y pico… nueve. Después cuando llegamos tomamos un cafecito en un patio armado adentro mismo. Con el decorado perfecto. Mesas, sillas de hierro blanco retorcido. Arbolitos altos sintéticos. Música.

Escritores había. Firmando cada tanto en los stands. Y después cosas del mundo. De países que una ni enterada. O material de las provincias, gente vestida típica que te atendía y te daba folletos.

A mí me llaman la atención las novelas comunes. Pero eso se puede conseguir acá tranquilamente. Así que por ese lado ni fu ni fa.

Los libros para chicos también me gustan.
Me encanta por ejemplo María Elena Walsh que ahora le hacían algo.
Por ese lado una lástima no poder ir.
Aunque también tenés que enganchar el día justo porque espectáculos hay. Y charlas. De todo.

Pero de acá el colectivo de la excursión sale tal fecha, y te toque lo que te toque.

Ojo que tampoco te da “tanto” el tiempo como para estar escuchando o viendo algo una hora seguida. Porque es una hora que te perdés de recorrer. Y no llegás. No llegás a ver todo.
Además los de la excursión te llevan al trote, y por más que andes suelta y quedés a tal hora en tal lugar andá a perderte ahí adentro.

Eso sí, es un paseo hermoso. Por más de mi sofocón aquella vez. Supongo que para esta altura debe estar todo más aclimatizado. Con aire acondicionado de esos que van colgantes por los techos. Como en el banco. Y con tanta gente que ha de haber que cada año dicen que se llena más.

Ahora, todo de muy buen gusto. Claro que esas cosas no se notan hasta no estar en el lugar. El confort quiero decir. Yo lo que he visto en los diarios o en la televisión es precioso.

Cuando estuvimos había unos libros de fotografía regios. Los libros de fotos salen caros.
Pero lo bueno es que te dejaban hojearlos. Cuerpos blanco y negro. Desnudos por completo. O fotos así, como pinturas estridentes.

¡Pero qué lindo andar por las alfombras como cuando hay función en el teatro! ¡Todo colorado y con luces! Y verse rodeada de libros. Como de miles de retratos las tapas.

Para mí ciento y pico, o doscientos como mucho. Para poder comprarse uno o dos libritos tamaño chico, picotear algo adentro. Más la entrada. Y el pasaje.
Y el remis hasta ¿de dónde es que salía el micro?

Gente que lee/3

Tercera entrega de El Santo. Disfruten, todavía queda por venir.







La playa de Nielsen



Hoy a las 18, Gustavo Nielsen presenta La otra playa, novela ganadora del Premio Clarín 2010.
Participa Elvio Gandolfo, en la sala Victoria Ocampo.

4.5.11

Lengua y Feria del Libro

Damián Tabarovsky dice que se le escapan algunas cosas, pero en realidad atrapa unas cuantas otras.

¿Ya habló Vargas Llosa? ¿Ya estuvo en la Feria del Libro? Salgo tan poco últimamente que se me escapan todas esas actividades mundanas. ¿Y ya habló en el encuentro de la Mont Pelerin Foundation en el Sheraton? ¿Dijo cosas interesantes? ¿Estuvieron Macri y Carlos Cáceres, el ministro de Hacienda de Pinochet? ¡Ay, se me olvidó prestar atención! (Así no voy a llegar nunca a ser un buen periodista de investigación, y en lugar de millonario como ellos, moriré pobre escribiendo columnas como ésta… ¡Quise ser un Verbitsky pero terminé siendo sólo un Tabarovsky!). Al final Vargas Llosa no inauguró la Feria, sino que habló el día después; debe ser por eso que no reparé en el asunto.
Y ya que hablamos de la Feria y de sus inauguraciones, después de tantas polémicas (¿pero hubo realmente una polémica?), podemos jugar al juego de 2010. Pues, estimados lectores: ¿cuántos de entre ustedes recuerdan quién inauguró la Feria del Libro del año pasado? Piensen. Ya pasaron 15 segundos. Les doy un changüí de veinte segundo más. ¿Tampoco? Les doy una última ayudita: el lema era "Festejar con libros 200 años de historias". ¿Se rinden? La respuesta es... ¡Teresa Parodi y Víctor Heredia! Esta sí que es Argentina, como cantaba Sumo... (O mejor dicho, eso sí que es kirchnerismo, lo que a esta altura vendría ser lo mismo que "Argentina"). Pero sin embargo, el año pasado no hubo grandes polémicas por la elección de los inauguradores (que por cierto, para ser honesto, no leyeron discursos propios –eso hubiera sido too much– sino textos de autores argentinos de estos dos siglos de patriótica independencia). ¡Viva la Patria y la Feria del Libro!

Aunque este año quizá me haya vuelto oficialista, no de la Patria, por supuesto, sino de la gestión de la Feria: el nombramiento de Gabriela Adamo como nueva directora ejecutiva de la Fundación El Libro es una muy buena noticia. Era hora de que hubiera alguien con su trayectoria y capacidad. Sin duda su impronta comenzará a notarse a partir del año que viene, y aun más en los siguientes. Por tomar sólo un punto, entre varios otros, su pretensión de profesionalizar las jornadas profesionales (valga la redundancia) es un objetivo necesario, deseado por vastos sectores del campo editorial, y posible de alcanzar. La entrevista que Adamo concedió a la revista Ñ del prestigioso diario Clarín el 16 de abril está llena de ideas, tanto que valdría citarlas en extenso. Aquí, un fragmento: "Mientras nosotros íbamos decayendo, España iba ganando espacio. Y hoy en día se decide todo a través de España. Y el problema es que para los países de otras lenguas, se percibe a España como la única puerta de entrada a la lengua castellana. El trabajo que nosotros tenemos que hacer, entonces, es el de salir a decir que hay otros mercados para la lengua castellana, que la puerta de entrada para América latina es la literatura argentina".

Horacio González no suele pensar en términos de mercado. Es correcto que así sea. Pero intuyo que suscribiría la frase de Adamo, o al menos compartiría su sentido estratégico (como lo comparto yo, por otra parte). La buena decisión de crear un Museo del libro y de la lengua en la Biblioteca Nacional (dirigido por María Pía López) toca de cerca estas cuestiones, que no son más que las discusiones acerca de la dimensión política de la lengua. Volviendo a nuestro invitado, más allá de la imposibilidad de discernir entra las dos opciones, es decir, si a esta altura Vargas Llosa es todavía un escritor o sólo un publicista orgánico del Grupo Prisa (¡los dos a la final!) queda la tarea de repensar críticamente la tensión entre lengua y mercado, entre literatura y capitalismo, entre edición y sedición. En la Feria también se expresan esas tensiones.

3.5.11

Gente que lee/2

Hoy, El Santo, nuestro cronista gráfico exclusivo, se ocupa de los chicos.








Esa sana costumbre

Humberto Acciarressi sabe que es difícil decir algo nuevo sobre la Feria, pero sin embargo, lo vuelve a intentar.

Es difícil decir algo nuevo sobre la Feria del Libro. Le ocurre a todos quienes están vinculados a ella de una manera u otra. Días atrás, un editor comentaba esto con uno de sus autores. Y es cierto. La antiquísima polémica sobre una muestra académica y otra popular (con shows, entretenimientos, música y fiesta), ya quedó definitivamente saldada a favor de la última. El que quiera únicamente libros, que vaya cualquier día del año a la calle Corrientes (especialmente si busca viejos títulos) o a alguna de las centenares de librerías de las que nuestra ciudad muestra orgullosa y que han hecho decir a Vargas Llosa que esa sería una de las razones por las cuales se instalaría en Buenos Aires.
Si uno va a la megamuestra que se realiza en la Rural, si integra el casi millón cien mil visitantes que la recorren por año, sabe que va a otra cosa. Los escritores para ver a su público, la gente a sus autores preferidos, y los libreros y editores para verificar cómo ese encuentro se transforma en ventas. Claro que eso no es todo. Hay cosas lindas y cosas desagradables. Entre las últimas, tener que entrar con un termo con café y un paquete de galletitas, porque es voz unánime (entre trabajadores de la muestra y público) que comer un alfajor en los buffets de la exposición es el equivalente a comprar un lingote de oro en Wall Street.
Naturalmente, las cosas buenas son inmensamente favorables. Desde las conferencias y las mesas redondas de escitores y especialistas, el acceso del público porteño a las obras escritas en las provincias, el conocimiento de mucha gente de las editoriales más pequeñas pero con grandes obras y autores, encuentros como el VI Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires e infinidad de sucesos protagonizados por los actores de la elaboración de un libro. La Feria es color, sonido, olores, tacto. No debe ser abordada sólo desde el intelecto. Así se corre el riesgo de perderse lo mejor en el intento. Tampoco es cierto que no produce lectores. Ése es un lugar común, y de muy difícil comprobación. Centenares de chicos (que llegan con sus padres o con sus escuelas) tienen sus primeros encuentros con el libro en ese ámbito privilegiado. Desde Vargas Llosa hasta sus enardecidos críticos, desde los temas políticos a los estrictamente estéticos, nada de lo humano le es ajeno a la muestra más popular de la Argentina.

2.5.11

Gente que lee

El Santo estuvo por la Feria buscando gente que lee y hasta encontró gente que escribe, como Alberto Laiseca. Va aquí la primera parte de esta serie.





Un año muy particular

Omar Genovese reincide en la Feria y en las crónicas. Pero su año es muy particular mucho más allá de eso.



Este año es muy particular. Creo que lo voy a guardar en el freezer de la memoria histórica. En 24 horas estuve dos veces en la Feria. El viernes 29 fui temprano y visité el stand donde Norep ocupa el lugar central de un exhibidor. Ahí quietito, negro, expectante. Resulta llamativo ver los ejemplares a merced del otro, un ser inquieto, de apariencia insólita, que sigiloso merodea la presa. Seamos sinceros: el lector ferial, el que lee, es un cazador furtivo. Luego están las bestias del shopping, los reproductores del efecto mercantil. Sujetos que no pueden escribir el propio nombre ni en una pizarra. Hablando con un escritor amigo (sí tengo escritores amigos, gente sincera, desinteresada) especulábamos sobre cuántos argentinos eran realmente escritores con manejo del oficio. Pactamos una cifra: veinte. No más. Desistimos del listado, pero encontramos diez coincidencias. ¿Para qué seguir? Yo me excluí de la lista. Es que antes soy lector, nunca dejaré de serlo. Moriré bajo un libro abierto, o abierto al medio por un libro. Condena y redención. ¿Qué busca un escritor? Y veo a los espectros danzar por los pasillos feriales como vacas con sed. Quien escribe no busca nada: la nada es la pulsión de esa muerte extendida, deforme, con ansias de tiempo maleable. Alguna vez tuve acceso a la densidad del fotograma. Qué felicidad, su extensión inapelable, esa materialidad representada tan cercana a lo eterno. Pero el texto. ¿Cuándo cancela su posibilidad de transfiguración sino a través del libro? Por eso me gustan los grabados: evocan la pintura, pero tienen la multiplicidad del libro. En eso son infinitos, contienen el gesto estético aspirando a la libertad, negando amos. Durero. También los dibujos en carbonilla de Bosch. Las caricaturas de Okusai. La foto siempre estuvo en la retina. En una novela inédita (en la vida misma, que siempre será inédita) guardo una teoría: todas las imágenes, todos los ojos de todos los humanos que han existido, evocan el secreto de la vida, su múltiple llama. El jueves estuvo Laiseca: dice otro amigo que está loco. Lo miro con atención, reclamo su contracara sincera. ¿De qué otra manera puede estar? Él estuvo con la palabra muerta.
Yo no enterré a un amigo, pero casi lo hago con mi hijo. De eso hace un año. En su extensión hablo de un año muy particular. Las palabras me saben, las huelo, como algo muy difícil de asir. Por eso detesto las aficiones de Nabokov: cancelar el vuelo de la mariposa, abusar del sueño de la pupa, eso es de torturador, de iluminista presuntuoso. Pensemos que la gente vaga por ahí buscando libros, cree que va a encontrar esa joya íntima, sujeto de veneración y ocultamiento. Pero en realidad, el fracaso de nuestra realidad, es que nadie merece ser proyecto de dios alguno. El libro será atravesado por la lectura, la densidad de la miseria humana. El libro, estará por siempre ahí, a merced de un tiempo mejor, tal vez en la paz de los sepultos.
Que una sola frase literaria aparezca en la memoria de un moribundo, que lo asista en la amatoria resistencia a la nada. Esa oración, o partícula de lectura, será todo el universo de nuestra cultura. Por eso los rituales adquieren valor de substancia energética. Para ser un autor consagrado por el rictus de la locura amable hay que firmar el cuaderno gloria tapa dura de Adriancito. Ya lo hice, y ahora estoy loco como él, conforme con el vagar entre sombras indecentes, tan blancas como una página sin luz.

30.4.11

200 años construyendo la Nación



Estarán presentes y harán uso de la palabra Horacio González, Eduardo Jozami, Eduardo Rinesi, Alberto Lapolla, Walter Formento, Omar Genovese, Pablo Llonto y el compilador Juan Giani.

28.4.11

Feria del libro 2011

Bardamu también estuvo en la Feria. Miró las mismas ofertas que en la calle Corrientes, no encontró ni al Borges de Bioy ni al de hoy pero salió, como muchos, con su nuevo DNI.

Sin andar mucho porque los largos pasillos de alfombra roja son agotadores conseguí un par de ofertas. No más. Hay ofertas en la Feria, pero los libros que están en oferta son los mismos que están en liquidación en la avenida Corrientes. Se puede decir, incluso, que hay bastante menos ofertas en la Feria que en algunas librerías de la avenida Corrientes. La exuberancia de papel y de color y de murmullos acaba por ser agobiante. Compré una vieja edición de los breviarios de FCE: la biografía de B. Traven escrita por Michael Baumann, que alguna vez leí pero faltaba en mi biblioteca. Compré, por sugerencia de Maguila, Ciudad veintisiete, de Jonathan Franzen. Durante el verano pasado leí Las Correcciones y una novela como Las Correcciones me da impulso para intentar leer esta otra de Franzen, escrita antes y, además, muy barata. La última novela de Franzen publicada todavía no está disponible por acá. Compré, más por afán de coleccionista que por vocación de lectura inmediata, un libro sobre el anarcosindicalismo en el movimiento obrero boliviano entre 1912 y 1965. No compré y hubiera querido hacerlo desesperadamente los tres volúmenes de los Relatos de Kolimá, de Shalámov. Tres volúmenes en la edición de bolsillo de Minúscula, edición bastante pobre y con letra apenas aceptable. El precio de los tres volúmenes supera los cuatrocientos pesos. Como si estuviéramos protagonizando una telenovela de los años noventa, ella lo dijo sin el menor movimiento muscular en sus cachetes de mármol en tanto a mí se me desmoronaban todas las esperanzas. Debí robarlos, no me animé: ahí me doy cuenta de cuánto he envejecido. No compré los Relatos de Kolimá, tampoco los robé, seguiré sin poder leerlos. Busqué el Borges de Bioy, no lo encontré. Al preguntar por el libro en el stand de una afamada editorial la vendedora puso cara de barbie jugando póker y susurró desconocerlo. Por las dudas fue a preguntarle a su compañera, vestida con el mismo uniforme y con mirada de vaca despistada: "el señor busca el Borges de voy", dijo barbie jugando póker. Tal vez oí mal, y lo que en verdad dijo fue "el señor busca el Borges de hoy". Mirada de vaca despistada tampoco supo nada de ese libro tan misterioso que yo andaba buscando. Pero no todo es queja sobre esta Feria del Libro versión 2011: con notable eficiencia, en los camiones del Estado dispuestos para la ocasión me confeccionaron y entregaron el nuevo DNI y la Cédula de Identidad en menos de dos horas y media. Mi amigo K. (¿quién de nosotros no tiene un amigo K. con el que cruzarse en los pasillos de la Feria del Libro 2011?) aprovechó la volada y mi asombro y me afirmó rotundamente: "Cristina lo hizo".





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